Súbete a la mata hijo

Referirse en alguna conversación a los yucatecos por lo general provoca comentarios festivos, aludiendo al particular acento local.

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Verdad es que la amplia geografía del país matiza en las diferentes regiones, aunado a su especial folclore, vestido, alimento y costumbres, la forma de hablar. 

Desde mi punto de vista, estrictamente personal, distingo especialmente a los veracruzanos, los norteños –en especial los regios− los defeños y por supuesto los yucatecos. 

Referirse en alguna conversación a los pobladores de estos lugares provoca comentarios festivos, aludiendo al particular acento local.  

No es mi intención menospreciar otros estados, pero nunca he sabido que la forma de expresarse en Aguascalientes, Chiapas o Hidalgo nos divierta tanto y se preste al gozo como los primeros. 

Considero que vivir en Mérida por veintiséis años me ha hecho afortunado de conocer a fondo dos caras de la misma moneda.

Con regularidad, por motivos de trabajo y familiares, visito la ciudad de México y se hace común, justamente en estos convivios,  que algún pariente, ya sea por  chacotear, hacerse el gracioso y darse a notar, alce la voz al verme y exclame de una manera afectada y con poca gracia: “Mare, boshito lindo, ¿cómo estás, Ja?” Reconozco que la mayoría de las ocasiones me hago pendejo, sonrío y me integro a la reunión sin hacer comentarios. 

Pero otras, de plano, no ando de humor ni con el ánimo dispuesto y al escuchar al mentecato vacilador resiento una puya disfrazada. 

Entonces al efusivo saludo respondo con el tonito que tan bien me sé por haber vivido 30 años en la zona metropolitana: “Chale carnal, ¿qué ondura con la verdura?”.

Es de ver el asombro y la reacción de la parentela. De inmediato adoptan una postura agredida y preguntan por qué estoy de mal humor, como si sólo ellos tuvieran el derecho a cotorrearnos. 

Por experiencia, omito el primer Herradura Blanco y espero,  porque en revancha suelo escuchar que en Yucatán “basta estirar la mano para bajar un mango” y otras excentricidades. 

Conocedor en el tema tomo mi tiempo y extiendo una invitación, cuando ellos deseen, a bajar fruta de una mata bajo el sol de las once de la mañana. 

Me creen. Los ánimos se suavizan. Se fraterniza de nuevo. Hay sonrisas. 

Pido ahora con toda seguridad mi caballito tequilero con limón y me entrego, entonces sí, con un yucateco instruido, correctamente aporreado, a ponerlos al día de las novedades propias de la península.

 ¡Vaya biem!

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