Tardes de café muy líquido

En los últimos meses me he percatado que las cafererías se han vuelto espacios de tránsito, a lo mucho el cliente tardará una hora y media, dejando atrás las tertulias presididas por auténticos cafeteros

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Las cafeterías eran los lugares para pensar, conversar, leer el periódico a las primeras horas del día, fumar –cuando se podía- y beber café hasta que ardieran las úlceras, al menos así lo viví un reducido tiempo. Pero en los últimos meses me he percatado que se han vuelto espacios de tránsito, a lo mucho el cliente tardará una hora y media, dejando atrás las tertulias presididas por auténticos cafeteros. Y no sólo eso, las personas no cruzan palabras, apenas unas cuantas, la mayoría están frente a la computadora portátil o el teléfono celular. No puedo dejar de preguntarme qué habría pasado con los estridentistas o los existencialistas en estas tardes de café muy líquido, ellos para quienes la cafetería fue cómplice de su pensamiento crítico, acobijando su imaginación e ideas.

Más allá de mi encanto por el olor y el sabor del café, las cafeterías son necesarias a veces para colocarme en otra silla, otra mesa y pensar de otra manera cuando escribo. No puedo dejar de reconocer a las cafeterías que siguen sólidas, variando su menú con actividades recreativas y artísticas. En Mérida tengo algunos cafés con historias, está el café del Hotel Colón, donde nos reunimos los primeros años de la universidad a planear talleres literarios y fomento a la lectura, el café Chocolate, con sus noches de 'Café Poesía', moderadas por el escritor Fernando de la Cruz, y desde hace un año encontré el café que puedo considerar como mi lugar: OMG Café.

Llegué a OMG una mañana en que esperaba a mi amiga Janá, nos despediríamos antes de su regreso a Eslovaquia. Caminamos algunas cuadras hasta que llegamos a una casona restaurada, el mantenimiento dejaba apreciar su fachada y estimulaba las tazas de café. Podíamos platicar mientras veía la pintoresca avenida Colón y saboreaba el quiche OMG, especialidad de la casa. Desde entonces, no dejé de concurrir el lugar y sus deliciosos postres, saludar a don Eugenio, que recibe muy amable a los visitantes. Janá no sabe que a raíz de ese último desayuno amigos y familia han pasado por esas mesas.

Son pocas las cafeterías que se mantienen sólidas, evitándonos las escurridizas tardes de café muy líquido.

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