Te odio

Odiar es sentirse desesperado frente a la vida, perdiendo así toda la magia, el odio es un faltante del amor.

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Iniciamos la Semana Mayor con dos palabras que pueden causarle risa a cualquiera de conocer la fuente real, sobre todo si nos ponemos a pensar en el deseo mundano que se presenta. Tan ridículo es odiar que el cerebro activa el putamen y la ínsula, mismas zonas que se excitan al amar, qué ironía.

Filosofando un poco he llegado a la conclusión de que existen solamente tres tipos de odio. El primero es por celos: la envidia, que la otra persona pueda hacer cosas mejor que tú o simplemente desear lo que esa persona tiene, que parezca más libre,  feliz o inteligente;  de manera inconsciente, puede causarte muchos enojos al grado de no querer a esa persona en la faz de la tierra; el otro odio sería todo lo contrario, todos tenemos algo que nos disgusta de nosotros, al grado que al observar ese algo en otras personas decidimos mantenernos alejados. Ver a una persona que realiza un aspecto que te molesta de ti y darte cuenta que no puedes evitar esa acción te empuja al odio, incluso el escritor  Hermann Heese lo aseveraba: Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros. El tercer odio es aún más triste, procede del rencor, se da en personas que no saben perdonar, a las que se les ha agredido tan fuerte que desean con todas sus ganas deshacerse de esa persona que tanto le incomoda; así que mejor hagámosle caso a Gandhi  y no dejemos que se muera el sol sin que hayan muerto nuestros rencores.

El odio es fácil de disipar si se conoce la causa y se ama a uno a sí mismo, odiar es sentirse desesperado frente a la vida, perdiendo así toda la magia, el odio es un faltante del amor.

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