Tiempo

Nuestra posesión más valiosa es el tiempo, y es probablemente lo único que realmente poseemos. Por eso mismo nadie aconseja desperdiciarlo.

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¿Amas la vida? Pues si amas la vida, no malgastes el tiempo, porque el tiempo, es el bien del que está hecha la vida. – Benjamín Franklin

Nuestra posesión más valiosa es el tiempo, y es probablemente lo único que realmente poseemos. Por eso mismo nadie aconseja desperdiciarlo, y todos estamos siempre atentos a utilizarlo lo más eficientemente posible, a sacarle el mayor provecho, obteniendo el máximo resultado, con la mínima inversión de él.

Anhelamos llegar más pronto a nuestro destino, cocinamos y comemos aquello que no requiere un laborioso proceso, no revisamos bien el trabajo terminado con tal de entregarlo ya e iniciar algo nuevo. En ese afán de aprovechar hasta el último instante, corremos el riesgo de equivocarnos, pensando que para hacer rendir el tiempo es imperativo hacer todo con prisa. Y entonces es el mismo tiempo el que nos enseña su valor y nos recuerda que dedicar el justo tiempo a cada cosa es la mejor forma de optimizarlo.

Tan valioso es que, cuando se dedica o se regala generosamente a alguien más, es un presente muy apreciado. Cuando era yo más joven, acostumbraba leer la revista Selecciones del Reader’s Digest, y en una ocasión leí un artículo que hablaba de la importancia de dedicar tiempo para agradecer a alguien más una atención que hubiere tenido con nosotros, para escribir una nota de aliento a quien lo necesitara, para felicitar a los amigos por su cumpleaños, aniversario o alguna otra fecha importante.

Empecé a seguir algunos de esos consejos, especialmente el de los cumpleaños, lo hacía cuando Facebook aún no existía para darnos la facilidad de recordarlo, ni tampoco existían las computadoras personales o las agendas electrónicas que facilitaban la labor. Y recibí también a cambio innumerables y valiosas satisfacciones.

Recuerdo con especial afecto una de las mejores felicitaciones que he recibido, y precisamente la aprecié mucho por el tiempo que esa persona dedicó para hacerla. Durante un retiro espiritual en la Casa de la Cristiandad que coincidió con mi cumpleaños, una amiga que tenía poco tiempo de conocer y que recién había llegado del estado de Quintana Roo, de nombre Míriam Villalvazo, llenó una hoja blanca tamaño carta con cientos de estrellitas hechas a mano con tinta azul, y en un pequeño espacio libre al centro escribió con pulcra caligrafía un simple: ¡Felicidades Raúl!

Al poco tiempo volvió a cambiar de residencia y jamás volví a saber nada de ella, pero ese recuerdo que parece tan sencillo lo tengo bien grabado en mi mente con gratitud.

De modo que te propongo valorar más el tiempo, y usarlo sin prisa pero evitando desperdiciarlo; dedica tiempo a lo que más quieres, a tu familia, amigos, a ti mismo, equilibra la cuota. Y que cuando se consuma el último de tus minutos, te vayas satisfecho del tiempo que diste y el que recibiste, que no digas como la Reina Isabel I justo antes de morir: “Todas mis posesiones por un momento más de tiempo”.

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