Tito y el ajedrez…

Levanta la ceja derecha, proyectando un espasmo del presentimiento del fin que derrumba al rey...

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Levanta la ceja derecha, proyectando un espasmo del presentimiento del fin que derrumba al rey desde todo su poder ante la exclamación del vencedor: ¡Jaque Mate! Tito juega un momento con  el cigarrillo, sin filtro, en los labios; justifica el error, sin darle meritoria importancia, abandona la mesa donde queda el tablero con las fichas en desorden y me obsequia un volumen de su última novela “El complot de marzo”… la otra verdad. “Este es mi pago –aclara-, presenciaste mi muerte en el ajedrez, te invito que veas la de Luis Donaldo Colosio en mi libro”. 

Este es Héctor Ramón Gallegos Álvarez, arquitecto de profesión, literato por influencia paterna. Oriundo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, que a sus 65 “primaverales” años se fuma 60 cigarrillos diarios, asesora a los ajedrecistas para perder, y aún le mueve la hormona cansada de la senectud, un par de caderas cadenciosas de femenil juventud. Tito es el diminutivo que lo engrandece en su popularidad, allende las fronteras de Tuxtla Gutiérrez. 

A mediados de los años 80, del siglo pasado, siendo director del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, presenció actos de inconformidad estudiantil, en los que pedían la salida de dos maestros; apoyo presupuestal y ampliación de la infraestructura educativa. 

Enterado el gobernador Juan Sabines Gutiérrez, de inmediato le llamó a su  oficina  en Palacio de Gobierno. Tito evoca aquel pasado, inhalando –antes- una bocanada de humo y recuerda cuando lo tuvo enfrente: “arquitecto, le mandé llamar porque usted es mi amigo y sé que goza de  amplio respeto entre sus alumnos. Le ruego lo resuelva de inmediato”. 

Tito, sin pensar mucho, le respondió: “Don Juan le tendré informado”.

El gobernador le reviró: “hágalo, arquitecto, yo me encargo de dotarlos de presupuesto y de infraestructura académica”. 

El asunto quedó resuelto en 24 horas, tiempo en que el gobernante más popular de la historia reciente de Chiapas, Juan Sabines Gutiérrez, lo convocó de nuevo, ahora en la Casa de Gobierno, para invitarle un café y proponerle una diputación local. Tito le agradeció sobremanera tal distinción con una frase: “prefiero seguir siendo su amigo, desde la trinchera escolar. La política no va conmigo”. 

Un sol bruñido y serio se cuela entre las sombrillas del parque, donde la concentración se escatima y el enojo, abunda, por el jaque mate. 

En su exitosa novela, “El complot de marzo”… la otra verdad”, describe lo que muchos tenemos en mente y por temor a la complicidad, indirecta, guardamos con recelo: el silencio del agravio de un crimen de Estado o del mismísimo sistema político mexicano. Tito construye con tejido fino las condiciones del plan que abatiera a un hombre bueno e inocente, que fue  candidato a la presidencia de la República, por un enjambre de poderosos que secuestraron al país y  construyeron la gran oligarquía política. 

Cuando el sol se oculta, las palomas se recogen en los brazos musculosos de los arboles del parque central, y el silencio justifica la ausencia de la gente. Tito suma un día más, a la rutina presurosa, por lograr el jaque mate al triunfo poderoso de la vida. Mientras, construye su “gobierno de amigos” con los parroquianos ajedrecísticos en su espacio territorial del parque central de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

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