Todo es culpa de los perros de Iztapalapa

A pesar de los actos de la disidencia en forma beligerante de maestros, anarcos, perredistas y toda índole de sospechosistas el acto presidencial se llevó a cabo en la proyección de un México más fuerte.

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Todo era previsible: que Peña Nieto organizara su mensaje en Los Pinos como Gareth Bale su presentación en el Real Madrid, que pintara un panorama de prosperidad gracias a sus designios,  que solo pueden ser comparables con los de López Portillo, y que el discurso encontrara momentos sublimes como aquel en que afirmara filosóficamente que: “Nadie conquistará la cima más que nosotros”. Una frase que, claro, recuperará Paulo Coelho para sus manuales de autoayuda.

A pesar de los actos de la disidencia en forma beligerante de maestros, anarcos (anorcos de Isengard), perredistas y toda índole de sospechosistas (incluyendo los equinos de la polecía defeña, que para demostrar que la caballada estaba flaca huyeron en estampida, seguramente en complicidad con los perros de Iztapalapa, ya lo dirá el informe de Segob), el acto presidencial se llevó a cabo en la proyección de un México más fuerte. De ahí la maravilla de que en unos de los pocos spots donde no aparece el Presidente, el gobierno haya dispuesto homenajear a los hombres que nos dieron patria y nos ayudaron a que el águila devorara a la serpiente: Díaz Ordaz, Echeverría, Jolopo, De la Madrid, Zedillo, Salinas y demás próceres más en busca de pedestal. 

Como era de esperarse, los comentarios de los panistas tampoco fueron halagadores y era tal su resentimiento que dijeron algo harto cotorro y telenovelesco: que en 9 meses en el poder el Gelboy había desperdiciado 12 años de estabilidad económica que con denodado esfuerzo construyeron Fox y Jelipillo. O sea, no se azoten que hay chayotes.

Incluyendo al subjefe Diego, que en los últimos tiempos se ha vuelto más complaciente y que quizás inspirado por la renovada beligerancia light de Catémoc Cárdenas, se puso peor que líder de la sección 22 a criticar a Peña y manifestando su temor por el destino incierto de Pemex  que dadas las condiciones de la reforma podría terminar en calidad de chatarra. Nada más le faltó aparecer embozado. 

Lo bueno es que del lado reformista está el René Fujiwara, del Panal, aunque no falte quien lo tache de traidor a su abuela, la maestra Gordillo, que para nada aprobaba la Ley del Servicio Profesional Docente; quizá haya pensado aquello de: ¿tú también, Brutus? O sea, ni que no se hubiera formado en el SNTE.

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