El último pediatra

En un bombardeo en Alepo murió el doctor Mohamed Wasim Maaz, el último pediatra que quedaba en el lugar, el que sí era guardián de su hermano.

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Anteayer bombardeaban Alepo, una ciudad ancestral cuya cultura nos llega por múltiples vías históricas y geográficas. No sé si quienes disparaban eran los malos o los buenos de la película. Para mí, todos son asesinos, y víctimas todos los agredidos.

Transmitía la televisión el bombardeo de Alepo y se veía a una niñita correr hacia ninguna parte mientras lanzaba una pregunta que me fue comprensible cuando la tradujo un intérprete: “¿Qué hice mal? ¿Qué hice mal?”.

Aquel bombardeo tenía que ser un castigo, un castigo brutal, y a un niño se le suele castigar cuando hace algo mal. ¿Y qué cosa tan espantosamente mala habría hecho esa niña que mereciera la destrucción de su ciudad ancestral, la pérdida de los suyos y, muy posiblemente, su propia muerte?

¿Y qué cosa tan extraordinariamente buena habré hecho yo para poder estar tranquilamente sentado frente a la pantalla, con tiempo, inclusive, para la empatía? No. Ni yo tengo mérito alguno ni esa niña tenía ninguna culpa. No es cuestión de justicia, la justicia no se lleva con la guerra, es cuestión de una violencia que nos habita como humanos y nos horroriza cuando nos vemos al espejo.

Y esa pantalla que transmitía el bombardeo de Alepo era, para mí, un espejo.

Pero yo no me reflejaba en el rostro de la niña. Yo me reflejaba en los bombarderos por más que nada tuviera que ver con Alepo cuando hubo más de 200 civiles muertos y 35 menores de edad. Así entiendo lo que en la doctrina explican como “pecado original”: estar tranquilamente vivo mientras alguna niña grita sin entender, desesperada. En la pantalla se reflejaba mi rostro que era el de Caín cuando respondía al Señor: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”.

En ese mismo bombardeo murió el doctor Mohamed Wasim Maaz, el último pediatra que quedaba en Alepo, el que sí era guardián de su hermano. Supe después, también por la internet, que el director del Hospital Infantil de Alepo dijo de él: “Era el mejor. Siempre bromeando con el equipo en tono amistoso. Era un ser humano valiente. Pasábamos más de seis horas juntos cada día…”. Era de los que podían responder a Dios que sí son los guardianes de sus hermanos.

Yo no. Simplemente porque yo no soy el último pediatra que quedaba en Alepo, al que mataron en el mismo bombardeo que yo podía ver tranquilamente en mi espejo-pantalla de internet.

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