Un roble llamado don Andrés
Esta semana tuve la fortuna de escuchar a hombres y mujeres que trabajan en Cancún en beneficio de quienes más necesitan...
Esta semana tuve la fortuna de escuchar a hombres y mujeres que trabajan en Cancún en beneficio de quienes más necesitan y recordé las enseñanzas de un empresario a quien tuve el privilegio de conocer, en otro tiempo, cuando laboré bajo su mando.
A mi memoria llegaron muchas historias de las ocasiones en que escuché sus palabras, como un ser humano dadivoso y orgulloso yucateco, quien hizo camino en la comunicación de este país, convirtió a su empresa en un negocio próspero, dirigió infinidad de organizaciones nacionales e internacionales, pero nunca olvidó a la sociedad, a la cual sirvió siempre.
Don Andrés García Lavín (1929-2007) es para mí un ejemplo a seguir y puedo contar en este espacio muchas cosas llenas de lo que nunca busco: Palabras de alabanza. Fue un visionario que se asoció con hombres y mujeres que querían prosperidad para su país. Tan es así que el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo Ponce, le entregó un reconocimiento en 1997 en la semana nacional de la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión, por sus aportaciones al desarrollo de la comunicación y a su labor empresarial.
Decía que si a los gobernantes les iba bien, a sus gobernados les iría mejor, pero también recordaba que siempre habría que preocuparse de tener buena salud, porque todo lo demás venía de sobra o de gane, y lo recomendaba a sus empleados para que cuidaran de ella.
Más que escucharlo, vi a Don Andrés hacer actos en bien de los demás que no todos sabían. Apoyaba casas de asistencia para niños y personas de la tercera edad, a mujeres que llegaban a las puertas de su oficina a pedir dinero para decenas de necesidades, a sacerdotes que requerían apoyo en infinidad de obras y así, muchas más.
Don Andrés apoyó a personas con diversas limitaciones a través de la Fundación García Lavín, y dedico su tiempo a buscar dinero para construir viviendas luego del paso del huracán Isidoro, en septiembre de 2002. Entregó muchas casas a cambio de que los integrantes de las familias se comprometieran a cuidar su salud y velar porque los niños fueran a la escuela.
Lo escuché cancelar un negocio que no proponía bienestar a la sociedad, a pesar de que dejaba dinero; hacer una campaña para fomentar el trato amable con los demás que causó criticas pero surtió efecto; invitó a más de uno a participar en una cruzada para que todos conocieran de la importancia de separar la basura, en fin muchas cosas, pero creo que siempre recordaré el tiempo que se tomaba cada último día del año para saludar de mano a los empleados que asistieran a laborar en esa fecha, a quienes agradecía su esfuerzo e invitaba un taco con dos recomendaciones: La primera, cuidar la salud; y la otra, saludar a los seres queridos.
Puedo contar muchas cosas más, como su preocupación por entregar un bono extra -que salía de su bolsillo- a los empleados que tuvieran hijos en edad escolar, o ver cómo, a pesar de los incidentes de su vida, acudía a su oficina o mostraba su devoción religiosa.
Siempre he creído que fue un roble y que bajo su sombra permitió crecer a su familia consanguínea, pero no dejó descuidada su responsabilidad social y el apego laboral.
Esta semana encontré en mi andar historias de personas que como Don Andrés entregan su tiempo para buscar la manera, por mínima que sea, de ayudar a los demás a tener una mejor calidad de vida.
Entendí que el esfuerzo de pocos deja mucho en quienes más lo necesitan y no en quienes menos tienen, porque alimentar a pocos permite alejar a muchos de algunas malas ideas. Reafirmé lo que siempre creí, que aún con un granito de arena, la aportación siempre suma. ¡Qué Dios los bendiga!