Un vulgar tianguis

Cuando el alcalde Herbé Rodríguez comenzó el programa Mérida en Domingo, la idea era que fuese un espacio cultural, donde artistas meridanos tuvieran foros para manifestarse.

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Pocas veces había visto tan enojado al viejo –que de por sí ya saben ustedes cómo se las gasta-. Era poco después del mediodía del domingo y estaba parado, en la esquina suroeste del parque principal,  junto al carrito de helados de Polito y chupando una barquilla coronada de níveo coco, pero ni esa sabrosura lo hacía dejar de gruñir. ¿Y ahora?, le pregunté, un poco preocupado.

Ya están enterados ustedes de que su salud no es muy buena y que cuando se retientan sus malos humores se le sube la presión y hay que llevarlo de urgencia al médico. No te vaya a dar aquí tu patatús, le pedí. A ver, dime: ¿qué te hizo enojar? 

Todo lo que aquí ves me molesta mucho, respondió. Ve en qué han convertido a la Plaza Grande los domingos. En un vulgar tianguis igual que esos que proliferan en casi todos los parques de la ciudad, con puestos de todo, desde salchichas de carne apestosaa sebo y churros freídos en aceite quemado hasta telitas mal costuradas que dicen que son prendas de artesanía y burutes de todo tipo, de esos con grasas transgénicas y colesterol suficientes para matar a un rinoceronte.

Aquí entre nos, he de decirles que el anciano tiene manía por su salud y nunca come en la calle esos alimentos (por llamarle de alguna forma) que se ofrecen por todos lados porque dice que están cargados de heces fecales y son dañinos para el organismo.

En su casa de tablas siempre hay algunas frutas que trata de que sean “de la estación” porque le salen más baratas y, aparte su café o su chocolate con pan dulce que le vuelven loco y afirma que primero muerto que dejarlos, su dieta casi no incluye carne (entre otras cosas porque está carísima) y sí muchos granos, frijol y arroz sobre todo y tortillas y un atole de avena que la verdad le sale muy rico. Según él, con eso y algunas verduras y frutas, la dieta es suficientemente nutritiva.

Pero de regreso al tema, el anciano artrítico me recuerda que cuando fue alcalde Herbé Rodríguez y comenzó el programa que llamaron Mérida en domingo, la idea era que fuese un espacio cultural, donde artistas meridanos tuvieran foros para manifestarse y deleitar a propios y extraños. Había música, teatro, payasos y otras diversiones para chicos y grandes, refiere. Y le doy la razón.

Poco a poco, sigue el anciano mientras se le chorrea casi hasta el codo el helado de Polito –una de las pocas cosas buenas –me dice- que aún quedan aquí-, el comercio acaparó los espacios y las calles en torno a la plaza se convirtieron en vulgar mercado de fritangas que no te dejan ni pasar y llenan al espacio de olores rancios y desagradables.

Mira, remata, cuando venía más seguido, en las épocas en que la economía no estaba tan amolada, solía comprar unos ricos pedazos de budín, queso napolitano ypay de queso allá frente a Palacio. O, frente a la Casa de Montejo, unos buñuelos de yuca que bañados de miel son bocado de ángeles.

Hoy ya di como veinte vueltas (le encantaba esa hipérbole) y nada de eso encontré. Polito es el último refugio que nos queda contra esa avalancha de porquerías que incluye imitaciones de las marquesitas que inventó el abuelo de don Vicente, el actual patriarca de la familia Mena.

Tras engullirse hasta el xix la rica barquilla de su helado y limpiarse la boca con su pañuelo que nunca le faltaba en la bolsa derecha de su pantalón, ya más tranquilo me dijo: ¿No crees que tengo razón?
No me quedó más que responderle: Tienes toda la razón. Sic transit gloria mundi.

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