Una cubana, un venezolano y un mexicano

Maduro se ha dedicado a demostrar que de maduro solo tiene el apellido.

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(… y quizá me haya faltado añadir en el título a un argentino, dada la elección del nuevo Papa, el sensishito y carismático Francisco, de quien me pregunto qué pensará sobre la argentinísima Iglesia Maradoniana).

Una cubana. Resulta inconcebible el trato que se le ha dado a Yoani Sánchez durante su estancia en nuestro país. Una mujer tan valerosa y digna no merece los insultos que le lanzaron un puñado de locos que siguen viviendo en los años anteriores a la caída del muro de Berlín y del llamado socialismo real (es decir, el régimen autoritario del Estado soviético y sus adláteres, entre ellos Cuba). Primitivos, elementales, dogmáticos, fanatizados, padierneros, quienes se manifestaron contra la visita de Yoani solo demuestran su rostro intolerante y nos hacen ver, en pequeña escala, lo que habría pasado si su candidato (infiero por quién votaron en julio pasado) hubiese llegado a la Presidencia de la República.

Un venezolano. Muerto Hugo Chávez, quien mostró a lo largo de casi tres lustros sus alucinantes delirios “bolivarianos”, ha quedado en su lugar su delfín (y alguna vez su chofer), el inefable Nicolás Maduro, quien a pocos días de haber asumido la presidencia de su país de manera muy poco ortodoxa, se ha dedicado a demostrar que de maduro solo tiene el apellido y que lo suyo, lo suyo son las teorías del complot y las declaraciones disparatadas, como la de que el espíritu de Chávez influyó “frente a Cristo” para que hubiera un papa sudamericano. ¡Ah qué Maduro tan chévere!

Un mexicano. Hablo de uno que anda como escondidito y cuyo nombre no menciono para no invocarlo, pero que se manifiesta de una u otra manera, ya sea por medio de sus incondicionales (como la senadora Padierna, cuyo papel en lo de los insultos contra Yoani Sánchez no está del todo claro) o por medio de algunas coincidencias. Porque todo lo que hemos visto en Venezuela estuvimos a punto de padecerlo en México. Digo, si hasta su chofer se llamaba Nicolás (¿se acuerdan de Nico?). ¿Lo hubiera llevado también a la antesala de la Presidencia? ¡De la que nos salvamos, chico!

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