La vela encomendada

Contraviniendo el consejo de sus padres, un joven de Ixil que salió a pasear en la noche el Día de Muertos, corriendo el riesgo de que las ánimas de los difuntos se lo podían llevar.

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Miguel Orilla Canché escribió un relato acerca de un joven de Ixil que salió a pasear en la noche el Día de Muertos contraviniendo el consejo de sus padres, dado que las ánimas de los difuntos se lo podían llevar. 

El era incrédulo y, para comprobar que no era cierto lo que sus padres decían, salió de su casa cuando ya era la medianoche. De pronto, vio aparecer frente a él a un grupo de personas que marchaban en una procesión. Cada caminante llevaba consigo una vela encendida. Uno de ellos se le acercó y le dio su vela. Además, le dijo que la guardara pues algún día regresaría por ella.

Aunque le extrañó la petición, cumplió la solicitud. Al día siguiente, cuando fue a buscar la citada vela donde la guardó, encontró en su lugar un largo hueso. Asustado, contó esto a sus padres. Ellos le afirmaron que el caminante que le dio la vela era una de las ánimas que retornan en los Días de Muertos. 

Le advirtieron que cuando el ánima volviera por la vela, debería tener abrazado a un recién nacido. De no ser así, el ánima se lo llevaría al mundo de los muertos.

Sin dudar del consejo, hizo todo como le indicaron. Desde entonces el muchacho tiene un profundo respeto por el Día de los Muertos.

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