Vencer y convencer

Después de la victoria se debía convencer rápidamente no sólo a indecisos...

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Después de la victoria se debía convencer rápidamente no sólo a indecisos, desconfiados y adversarios, sino a quienes los eligieron. Porque vencer y convencer es la consigna en todo cambio político-administrativo; sobre todo, cuando fue aplicado el “voto castigo”, el cual lleva intrínseca una exigencia mayor para los nuevos, como ha sido el caso.

Parecen no entenderlo así. No todos. Cuando se analiza el rendimiento de servidores públicos del gabinete estatal, de presidentes municipales y de sus subordinados, perduran las insatisfacciones. Para algunos, la crisis y el caos como herencia ya no son una justificación válida ante la lentitud o los errores de las primeras semanas.

Y es que mientras se acomodan, la gente pierde la poca paciencia. Así, está menos dispuesta a soportar novatadas, cuentos y simulaciones porque muchos de los anteriores ya jugaron la misma baraja, con resultados nefastos. ¿De quién es la culpa?

En un contexto como el actual, cuando ciudadanos, catedráticos y empresarios se unen para formular mejores políticas turísticas, por ejemplo, la cerrazón en los ayuntamientos o el revanchismo de secretarios, son tan infértiles como condenables. 

Hoy se necesita voluntad para reconstruir y avanzar en todos los campos; sin embargo, no quieren o no logran dar la señal en tal sentido. A juzgar por declaraciones y acciones públicas, no son pocos los que optan por el “podemos solos” y “no los necesitamos”. ¿Tienen razón?

Las respuestas a ambas preguntas planteadas antes podrían ser diversas, dependiendo de intereses, experiencia o posición. Pero seguramente se puede coincidir en que vencer no sólo implica ganar en votos. No en Quintana Roo, donde está significando continuar la lucha contra los mismos.

Para ciertos opinólogos, vencer es aplastar todo indicio, y ello contempla más allá de las auditorías, las sanciones y el escarmiento. Se trata, dicen, de “desterrar”. ¿Pero cómo hacerlo cuando los protagonistas de las supuestas “maldades” pertenecen a familias con poder y nativas de una isla bien conocida por los de ahora?

Desterrar, entonces, se trataría de extirpar las prácticas de una ideología forjada durante más de una década, rescatando lo bueno y lo que todavía sirva, porque lo hay. Por eso algunos repiten y otros han sido reacomodados por ahí. 

Visto de esa manera, no pueden tener razón en emprender solos esta titánica tarea, que necesita el aporte de expertos, experimentados e interesados en ver mejor al estado. De tal modo que la soberbia y la ambición serían armas suicidas para el grupo que concentra las decisiones, aun cuando éste se exponga a la crítica. Lo mismo en municipios.

El gobernador Carlos Joaquín sostuvo hace días que hay “discreción”, mientras el secretario de Gobierno, Francisco López, advirtió que van “lentos pero seguros”. Dicha estrategia no debiera ser confundida con indolencia o desidia (como ha ocurrido), porque se fomenta la impaciencia, activando todo un círculo vicioso.

¿Qué falta entonces? Calibrar la calidad del mensaje y hacer equipo, más que afinar puntería. Las expectativas vigentes deben ser convertidas en altos estándares cuanto antes.

Desorbitado

¿Se acuerdan de Alexander Zetina, Emilio Jiménez, José Baladez y Paoly Perera? De ellos poco se habla. Son los presidentes de Bacalar, Lázaro Cárdenas, José María Morelos y Felipe Carrillo Puerto, respectivamente. Gobiernan los municipios con más problemas, difíciles de superar en menos de dos años.

Ni la falta de presupuesto ni el abandono deben ser, en ningún caso, un pretexto para la ausencia de acciones y programas en beneficio de sus habitantes. La peor noticia es que las administraciones estatal y federal llegarán tarde al rescate en vista de la austeridad por la bancarrota.

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