Villarreal, la moralina y los linchadores

Luis Alberto al terminar su chamba decidió echarse unos bebidas con sus cuates y bailar con unas chicas; sin embargo si sus goces privados los pagó con dinero público, que lo quemen en leña verde junto a sus compañeros.

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Sin duda, el linchamiento es uno de los deportes nacionales más practicado en la sociedad mexicana, su clase política y cientos de opinadores de los medios de comunicación.

Por eso prendió, sin duda como pasto seco, el escándalo de los diputados federales del PAN, con Luis Alberto Villarreal a la cabeza, mostrados en un video cuando bailaban con unas muchachas en una casa tras la plenaria que su grupo parlamentario realizó en Puerto Vallarta hace unos meses.

Ante tan deliciosa y apetecible oportunidad, los linchadores de dentro y fuera del PAN se aprestaron a lanzar a la hoguera a Villarreal y sus muchachos, sin reparar siquiera y ni por asomo en los hechos concretos que se muestran en ese video y dan por hechos incontrastables sus sesudas suposiciones para señalarlos con dedo flamígero.

En la lógica de los linchadores no cabe la posibilidad de que se pueda tratar de un asunto de la vida privada, a la cual hasta los hombres públicos tienen derecho.

Su condena se centra en el supuesto de que las muchachas son teiboleras o prostitutas contratadas y pagadas con dinero de las arcas de la Cámara de Diputados. Presunciones que hasta el momento no han sido comprobadas ni corroboradas, pero que dan como hechos incontrovertibles.

La cosa es que Villarreal es diputado y para acabarla es panista y finalmente ha dejado la coordinación parlamentaria víctima de las reglas y normas propias de un partido conservador y moralino como el PAN, pues no es aventurado decir que en otros partidos la cosa no hubiera pasado de las críticas sospechosistas. Pero Villarreal es panista y así son las cosas en su partido.

Luis Alberto es un hombre divorciado de 39 años, que junto con sus cuates al terminar su chamba decidió echarse unos drinks con sus cuates y bailar con unas muchachas en una fiesta, lo que así dicho no suena nada raro ni extraordinario y no tendría que ser linchado por ello.

Pero, sin lugar a dudas, si sus goces privados los pagó o los paga con dinero público, que lo quemen en leña verde junto a sus compañeros, que los incineren; aunque hay que insistir en que hasta ahora de eso no hay nada comprobado.

Lo singular de este caso es que el ánimo inquisidor de los linchadores pone del mismo lado a los paladines de las llamadas izquierdas y a los voceros de las catacumbas de la derecha más recalcitrante.

Para ilustrar mejor el caso, y sin que ni de lejos sean comparables los personajes, se puede dar el ejemplo del impresentable priista Cuauhtémoc Gutiérrez, al que se puede acusar de porro, golpeador o traidor a su partido, pero ni de lejos hay pruebas de que sea cabeza de una red de prostitución y trata como se afirmó en el noticiario de Carmen Aristegui.

Pero ni modo, a los linchadores les vale sorbete el principio de que “el que acusa debe probar”, en México los que mandan son los prejuicios y lo que cuenta es el escándalo.

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