Violencia contra los niños

Consterna la convicción con que se exalta el uso de instrumentos de agresión y la suposición de que, si la tortura se aplica de manera sistemática, sus víctimas aprenderán a no actuar con violencia contra otros.

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Héctor Alejandro Méndez Ramírez, de Tamaulipas, y Bruno Antonio Méndez Ordaz, de Yucatán, estudiantes de secundaria, murieron asesinados. El primero, sin duda, a manos de sus compañeros de escuela. El segundo, muy probablemente, también. Estos hechos han intensificado el debate social sobre el acoso escolar (bullying si Ud. no quiere que se piense que habla mejor castellano que inglés).

Las declaraciones del secretario de Educación que señalan al hogar como fuente primaria de la violencia son ciertas. Es sin duda en la formación más temprana y básica de las personas, la que se recibe en casa, en la que, en la inmensa mayoría de los casos, se hace posible o no que los jóvenes se vean involucrados en estos delitos.

En este debate, sin embargo, no deja de sorprenderme cómo personas de las más diversas ideologías y condiciones, entre ellas mucha gente de buen corazón, comparten la extendida creencia de que estos actos criminales resultan de que sus autores no fueron suficientemente golpeados por sus padres.

Consterna la convicción con que se exalta el uso de instrumentos de agresión -cinturones, sogas, chancletas- como medios idóneos para potenciar el sufrimiento al que se somete a los niños y la suposición de que, si la tortura se aplica de manera sistemática, sus víctimas aprenderán a no actuar con violencia contra otros. Se pretende que la violencia genera paz.

Es cierto que el establecimiento de límites en la educación de los niños es indispensable para formar personas capaces de convivir civilizadamente con otras, pero lo que es rotundamente falso es que esto se pueda lograr confiscando a los hijos lo más íntimo, sus cuerpos, para convertirlos en objetos ajenos, usados por otros para infligirles dolor. 

Los golpes no sólo son innecesarios sino también contraproducentes en la crianza de los mamíferos superiores, como han demostrado sobradamente los mejores entrenadores de perros y de caballos, así como los psicólogos y los pedagogos.

Educar en la violencia hace de ésta un elemento integral del trato entre las personas. Educar en el respeto, el diálogo, la comprensión, la razón, la empatía con los demás y la responsabilidad de los propios actos permite formar mujeres y hombres que consideren que los golpes, las vejaciones y el maltrato son inaceptables.

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