Violencia en las calles

El nivel de agresión personal entre los automovilistas de Mérida es intenso y notable.

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Circular por las calles y carreteras de México, sea en vehículo o como peatón, lleva aparejado un riesgo de muerte mayor que el de ser abatido por el crimen organizado. Distintas estimaciones fluctúan en torno a los 20,000 decesos anuales por accidentes de tránsito, casi el doble de las ejecuciones registradas en el mismo período.

En el terreno de la vialidad, Mérida no es la excepción de la regla mexicana, sino que contribuye intensamente a esa condición. Nuestras calles son tierra sin ley, donde el reglamento de tránsito es desconocido por el grueso de los conductores, encabezados por los patrulleros de la policía, y sin duda jamás considerado como un código de conductas obligatorias.

El nivel de agresión personal entre los automovilistas es intenso y notable. Va desde la actitud insolente de quienes interpretan cada direccional como un reto de alguien que pretende cambiar de carril y lo evitan aventándole el coche, hasta quienes de manera sistemática corren, se pasan altos, rebasan por la derecha, circulan por la izquierda y, en cada oportunidad, retan o amenazan a otros conductores, incluyendo cosas como cerrar el paso a otros vehículos y amagar con chocar.

Para agravar las cosas, estas actitudes son sistemáticamente celebradas por sus autores como gestos de hombría, o de plano como expresión de que, como en otros terrenos de la vida, de ninguna manera pueden aceptar la igualdad de las personas, encontrando en la conducción un espacio ideal más para disfrutar de su prepotencia, impunidad y abuso sobre los demás. Un profundo orgullo acompaña siempre a este tipo de sujetos.

Este peligro, con los cientos de muertos que cada año deja en Yucatán, se sustenta en un severo vacío de la autoridad: la policía es altamente permisiva con las faltas más frecuentes y riesgosas de los automovilistas (el exceso de velocidad y conducir alcoholizado), quienes, cuando su condición económica o de poder no los hace automáticamente impunes, siempre pueden solucionar su problema con una módica mordida.

Si usted es de quienes sienten cierta tranquilidad cuando su hijo sale de noche porque esto no es Monterrey o Ciudad Juárez, piense de nuevo. En estas tierras del Mayab, las posibilidades de una desgracia antes del amanecer, a causa de una irresponsabilidad ajena o propia al volante, son mucho mayores que las de ser ejecutado en aquellas ciudades. Y es obra de mucha gente.

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