Xsakixi’im, ofrenda para el ciclo vital

Entre rezos, el sacerdote quebró la mazorca y la quemó para que el humo llegara a los dioses.

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Hace algunos años, en plática con don Tros, éste expresó algo muy interesante. Don Tros fue un campesino maya de 95 años, delgado, moreno y con gran experiencia en la milpa. A pesar de haber perdido la vista, aún era capaz de trabajar la milpa para lograr la  xkichpan gracia, el maíz. Y decía que con una cosecha de ochenta sacos de maíz ya nada le preocupaba, con eso vivía un año, la carne para complementar la comida sale del monte. Ese punto de vista es interesante, ya que lo fundamental es lograr el maíz.

Y como decía Don Tros, el maíz es la xkichpan gracia, la gracia divina. Esa xkipchpan gracia alimenta la vida, es el alimento de los dioses, el medio  por el que en las ritualidades y la fertilidad el hombre buscaba esa comunicación con los dioses para solicitar su bondad.

Don Tros recordaba que el maíz rojo se relacionaba con el oriente, el amarillo era el sur, el maíz oscuro o morado el poniente y el maíz blanco el norte.

Al referirse al xsacixi’im (maíz blanco), comenta que hace años  la época de sequía se prolongó, los campos ya no eran fértiles, las hojas de los árboles estaban secas, el polvo de la tierra se levantaba con el mínimo aliento del aire, los animales buscaban una manera de saciar la sed. La desesperación del pueblo era tal que fue necesario hacer una ceremonia propiciatoria para alimentar a los dioses.

Entonces fue necesario acudir a un j’men, y junto con los líderes decidieron invocar a los dioses con la presencia de xsakixi’im. Xsac ixim es el maíz blanco del norte, el lado del mundo maya que desplaza el calor, permite que la creación divina germine. 

El gran sacerdote maya hizo una ceremonia en el Juego de Pelota para ofrendar a xsakixi’im, y una noche de luna llena, un día antes de practicar el juego de pelota, en el lado oriente de la cancha, el sacerdote tomó la mejor mazorca de maíz que serviría para plantar; entre el sonido potente de los tambores que ensordecía a los presentes, a la vista de todos, el sacerdote fue quitando lentamente cada una de las hojas de la mazorca hasta dejar a la vista la blancura de los granos que contrastaba con el largo cabello negro que se acomodaba entre los hombros de la mazorca. 

Entre rezos el sacerdote quebró la mazorca y la quemó para que el humo llegara a los dioses.  El xsakixi’im perdió la esbeltez, las hiladas de los granos perdieron su armonía, su esencia fue ofrendada a los dioses, su cuerpo fue cubierto por la madre tierra, penetró en lo mas obscuro del inframundo, pero su sacrificio le permitiría regresar nuevamente entre los hombres para iniciar nuevamente el ciclo vital.

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