Zancadilla a la humanidad

¿Qué es lo que mueve a un ser humano a cebarse sobre la desgracia de otra persona?

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La guerra en Siria ha originado que cientos de miles de personas huyan del país devastado por los combates; atravesando diversas fronteras la población se ha dispersado a través de los países vecinos intentando encontrar un refugio dónde poder llevar una vida que no se encuentre amenazada por la violencia, ni marcada por la muerte y el sufrimiento.

Recientemente migrantes sirios llegaron a través de Serbia a la frontera con Hungría, al intentar cruzarla muchos fueron detenidos por la policía, presas del pánico intentaron huir; en las grabaciones de los periodistas destacados en el lugar es posible ver a una mujer con cámara en mano que por momentos grababa las escenas mientras se daba tiempo también para patear a algunos de los migrantes; después de agredir a dos personas se puede ver a la mujer propinar una zancadilla a un padre que llevaba a un niño en brazos, el hombre cae sobre el niño, quien rompe en llanto, y la policía los detiene a ambos.

La mujer se llama Petra László y era hasta ese momento camarógrafa de la cadena de televisión N1TV de Hungría, el periodista alemán Stephan Richter grabó las imágenes y las subió a las redes sociales, las expresiones de indignación por la conducta de la periodista se generalizaron a través de Internet, el canal de televisión que la envió es conocido por apoyar al partido anti-inmigración de extrema derecha en el país; ante la condena generalizada por tal actitud, el canal de televisión decidió despedirla tan sólo 20 minutos después de conocidos los hechos, no por ello la protesta amainó, en apenas unas horas un “muro de la vergüenza” dedicado a estas acciones en las redes sociales llegó a más de 20,000 “me gusta”.

¿Qué es lo que mueve a un ser humano a cebarse sobre la desgracia de otra persona? ¿Qué significaban para esta mujer los seres humanos a los que pateaba? Difícilmente los identificaba como de los suyos, tiene forzosamente que haber pasado por un proceso de despersonalización y negación de la dignidad del otro para atacarlos como lo hizo. ¿Acaso veía en ellos una amenaza a su estilo de vida y a sus valores? Casi seguramente así era, el otro, un desconocido, es generalmente motivo de preocupación precisamente por ser distinto, por ser extraño, porque nuestra mente no encuentra coincidencias entre su vida y la nuestra, entre nuestra existencia y la suya.

Cuando nuestra mirada se niega a reconocer como humano al ser que tenemos enfrente, surgen entonces las condiciones para el genocidio, como los que se perpetraron contra los judíos, armenios o camboyanos en el siglo anterior. Los motivos pueden ser muy variados, desde encontrar diferencias entre su color de piel y la nuestra, hasta considerarlos primitivos por ser menos desarrollados tecnológicamente, sin olvidar por supuesto el que su dios  y el nuestro tengan nombres distintos, apariencias distintas y propongan una forma de vida que no coincida con la visión del mundo que nuestra religión tiene.

Todo esto se desprende de una sobrevaloración de lo que somos, o más bien de lo que creemos ser. Este venenoso convencimiento de que nuestra forma de vida es la única adecuada nos guía inexorablemente a un egoísmo que acaba negando la posibilidad al otro de ser distinto a mí. Aún recuerdo que Al Qaeda, al enterarse de la elección de Barack Hussein Obama como presidente de Estados Unidos, le dirigió una carta en la que se congratulaba de sus raíces relacionadas con el Islam y por ello lo invitaba a convertirse a la religión verdadera o a morir, claro ejemplo de lo que sucede cuando nuestro corazón se niega a aceptar que pueden haber formas de ser y existir muy distintas a las nuestras.

El maldito veneno de la auto adoración, emponzoña y pudre el corazón humano y lo lleva como a Petra a complacerse en patear al caído; detrás de cada golpe la periodista no hacía más que intentar desesperadamente reafirmar su ser y su estilo de vida, ante la gran diversidad de seres humanos que existen en este planeta, diversidad que su temeroso y encogido corazón no puede llegar a albergar.

Triste es ver caer por un puntapié a un migrante desesperado que sólo busca un lugar dónde vivir y trabajar en paz, más triste aún es ver cómo Petra le propinaba una zancadilla a la humanidad, desperdiciando a patadas la oportunidad que la vida le brindaba de ensanchar el espíritu y volverse cabalmente humana. ¿Cuántos de nosotros no le hemos puesto una zancadilla a nuestra humanidad en alguna ocasión?

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