Zona de desastre

No se puede lograr un partido nacional funcional y creciente al tiempo que se premia el parroquialismo.

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El Congreso Nacional del PRD cambió su estatuto para permitir que cualquier recién afiliado pueda ser presidente nacional de ese partido.

Se abrió así la puerta para que Agustín Basave sea electo para el puesto. El histórico reclamo opositor -por no mencionar la teoría jurídica- de que las normas básicas, sean estatutos o constituciones, deben regir de manera general y estable el orden político (y no amoldarse a casos particulares de un día para otro, según la conveniencia coyuntural de quien en un momento dado dispone de mayoría en el órgano legislativo) ha quedado evidentemente superado por los Chuchos y sus aliados.

Eso sí, se mantiene incólume la regla orgánica fundamental de que para las posiciones políticas más importantes, el PRD debe invariablemente preferir a priistas añejos que a perredistas. (Confesión de que este partido sólo no tiene ninguna diferencia programática o ideológica con el PRI, sino de que el tricolor genera cuadros más confiables y competentes).

La intención expresa es que alguien ajeno a los conflictos internos reconduzca el partido con vistas a evitar su colapso en la elección de 2018, estableciendo orden internamente, recuperando presencia electoral y superando los embates de Morena. Salvo que se trate de otra mascarada en el anquilosado estilo de la vieja Nueva Izquierda, la pretensión de que un dirigente “externo” es la clave para superar la más profunda de las crisis del PRD desde su fundación resulta de una ingenuidad pasmosa.

El problema político del PRD no tiene una solución instrumental, ni ésta se puede dar por acopio de buena voluntad, que por otro lado tampoco existe. Se trata de un problema orgánico, de la forma como opera estructuralmente en su relación con la sociedad y con el poder; del peso que en su orden interno tienen las distintas prácticas políticas, de forma tal que se estimulan y reproducen el inmediatismo, la corrupción y la transa con el poder, muy por encima de la implementación de un programa político de largo alcance y por tanto capaz de organizar a la sociedad en torno a él, en el corto y largo plazo.

No se puede lograr un partido nacional funcional y creciente al tiempo que se premia el parroquialismo, se distribuyen los espacios de poder como premios y no se construyen objetivos sociales amplios y duraderos.

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