Que me presten la Plaza Grande
En ese cuadrángulo y sus edificios aledaños está escrita buena parte de la historia de Yucatán y de Mérida.
Cuando doña Ana María Roo y Rodríguez de la Gala de Quintana, madre de ya se imagina usted quién, se enteró de que las autoridades querían ponerle a la Plaza Grande meridana el nombre de Plaza de la Constitución (la de Cádiz, de 1812, liberal y antecedente y modelo de las de varias naciones americanas al independizarse) no dudó en tomar sus alhajas y venderlas para sufragar los gastos de instalación de un monumento –hoy desaparecido y al parecer levantado frente a la sede del Ayuntamiento– que perpetuara la memoria de esa ley de avanzada para su época. Tal era el respeto que le tenían al que es centro y nervio motor de la capital yucateca.
En ese cuadrángulo y sus edificios aledaños está escrita buena parte de la historia de Yucatán y de Mérida. Es casi tierra sagrada para los meridanos que todos los días la recorren por miles hacia su trabajo o su casa, lugar de encuentro de la ciudadanía que ha escrito páginas heroicas en ese sitio. Importantes gestas cívicas lideradas por históricos dirigentes de Acción Nacional, como don Víctor Correa Rachó y más recientemente Ana Rosa Payán Cervera y Patricio Patrón Laviada, han tenido lugar en la que los ciudadanos conocemos como Plaza Grande.
Ámbito donde la ciudadanía ha encontrado cauce y eco a sus demandas –donde ha encontrado represión y golpes también por defender sus derechos vulnerados–, la Plaza Grande es el lugar donde a todas horas hierve la vida de Mérida. Ahí se encuentran los novios, cantan los trovadores mientras esperan que un enamorado les pida ir a decirle su amor a su amada, los boleros, los toreros de pueblo y los albañiles esperan que alguien demande sus servicios. En una palabra, ahí vive Mérida.
Nunca nadie, hasta ahora, había pedido y se la había concedido que la Plaza Grande se le prestara para un baile. Ningún ciudadano o empresa había llegado a ese grado, hasta ayer que sirvió para un festejo privado. Pero como dice un amigo: “Tú me puedes pedir lo que quieras, hasta a mi hermana. Allá yo si te lo doy”. Y parece que, ahora sí ,el Ayuntamiento ha cedido y ha entregado al servicio de un negocio lo que es de uso público, olvidándose de que público no significa que “no es de nadie”, sino que es de todos. Y todos, con la autoridad a la cabeza, debemos cuidar que de verdad “sea de todos” y sirva a todos.
Yo me apunto para celebrar en la calle 62 entre 61 y 63 mi cena navideña. Y quiero cerrarla desde las 3 de la tarde del 24. A la cuido y veo que haya orden.