Secretaría de Cultura federal

A Paz le gustaba más un Consejo para la Cultura que una Secretaría de Cultura porque le sonaba menos burocrática.

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No hubo en su momento ninguna razón esgrimida tras profundo debate sobre las ventajas de crear un Consejo para la Cultura y las Artes y no una Secretaría de Estado.  Era 1988 y Octavio Paz, aunque ya era Premio Cervantes, aún no recibía el Nobel, pero era la figura cultural más importante no sólo de la lengua sino del pensamiento mexicano. Encabezaba grupos, el más cercano a él sin ninguna fisura, y otros en torno, más libres pero siempre atentos a su palabra. Apenas Mario Santiago y sus amigos infrarrealistas le estropeaban presentaciones “al poeta y sus satélites”. 

A Paz le gustaba más un Consejo para la Cultura que una Secretaría de Cultura porque le sonaba menos burocrática. Pero ya se tenía el brillante antecedente de Jack Lang como ministro de Cultura en Francia y  en julio de ese 1988, Jorge Semprún había sido nombrado ministro de Cultura del gobierno socialista español. La mayor o menor burocracia no dependían del nombre. 

Creo que ese motivo atribuido con cierta razón a Octavio Paz no fue el punto nodal para no crear una secretaría de Estado. La verdadera razón, burocrática, era que el secretario de Educación no quería que le afectaran su organigrama y su presupuesto. Porque en este país y sobre todo en ese priismo, tanto pesas en política como grande es tu pequeño reino y mayores los ingresos sobre los cuales mandas. Los de la SEP, tanto organigrama como ingresos, son ciertamente enormes. Y en ese momento no se había caído de ningún caballo en ningún camino de Damasco para convertirse a la ultraizquierda el Lic. Manuel Bartlett, secretario de Educación. Era un burócrata priista de prosapia.

En la acera de enfrente, al SNTE le asustaba, como le sigue asustando, que una Secretaría de Cultura le descomponga algo de su también enorme feudo. Una estructura no saludable para la cultura nacional.

De modo que se rubricó un decreto de Carlos Salinas de Gortari, el 6 de diciembre de 1988 para la creación del Conaculta y del Fonca. Creo que ya es hora de llamar a las cosas por su nombre y dar a la cultura la jerarquía que merece.

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