El pequeño absolutista

Luego hacía que se pusieran de pie por turnos todos quienes estaban a su servicio y sujetos a su voluntad para oírle.

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El que tiene oídos para oír, oiga (Mateo 11:15, versión Reina Valera antigua)

Jesús acostumbraba usar parábolas (es decir narraciones mediante las cuales siempre dejaba una enseñanza) y lo hacía para abrir los oídos de quienes se acercaban a escucharle y que entendieran sus advertencias: “Porque (si seguían sordos a sus admoniciones) les digo que en el día del juicio el castigo será peor que para la gente de la región de Sodoma” (Mateo 11:24).

Hoy quiero tomar esa costumbre del Maestro –sin la menor intención de identificarme con el gran predicador- para hablar de un hombre que se creyó líder porque alzaba la voz potente y tonante y pensaba que así tendría dominada a la gente que tenía bajo su mando. Cuando quería regodearse en su autoridad y disfrutar del miedo que olía en sus subalternos (iba a decir súbditos) y que producía con su pequeña humanidad (para lo cual debía subir su regordeta figura a un alto estrado), citaba a mitin y alzaba su estentórea voz magnificada por un poderoso equipo de sonido:

-Y no se les olvide que aquí soy el jefe, soy el que manda y el que dice qué se hace y qué no se hace. Lo digo claro y fuerte, para eso soy el director general del Instituto de la Palabra Hueca y el Eco de mi Voz.

Luego hacía que se pusieran de pie por turnos todos quienes estaban a su servicio y sujetos a su voluntad para oírle, porque los tenía bajo constantes amenazas y en su pequeña inteligencia maquiavélica (de quinta región) suponía que nadie iba a osar contradecirle. De hecho, cada vez que lanzaba una andanada de improperios, insultos y amenazas que harían palidecer de envidia al más absolutista de los monarcas del más oscuro absolutismo, preguntaba a sus súbditos: “¿Alguien no está de acuerdo?” y todos a coro respondían con un tímido: “No, maestro”, que si no le gustaba la intensidad a que lo decían, volvía a preguntar hasta que el coro resonaba como música para sus oídos: “¡Noooo, maestrooooo!”.

Pero un día, desde sus oyentes, surgió alguien que le dijo que no la parecía la forma despótica y cruel con que trataba al personal del Instituto y se levantó para abandonar el recinto; eso hizo al “maestro” salir de sus casillas y casi en el paroxismo de la ira se le fue encima al osado, lo persiguió por el pasillo de su gran salón, lo tundió a gritos y pretendió golpearlo. No lo logró porque su guardia pretoriana lo impidió.

El que quiera entender…

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