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En la ceremonia de entrega de los Óscar todo está milimétricamente calculado, desde las palabras que se dicen hasta los tiempos. Así me explicaba una querida persona que sabe mucho de esto.

Y este año, con la mirada que me permitió esta experta explicación y la expectativa de que un mexicano haya recibido 13 postulaciones a la estatuilla dorada –como le conocen al trofeo para el que posó Emilio, “el Indio”, Fernández a instancias de Dolores del Río- me planté frente al televisor desde las 4 de la tarde.

No quedé defraudado y no sólo porque “La forma del agua”, de Guillermo del Toro, obtuvo cuatro galardones, incluidos al mejor director y mejor película, y se alzó como la gran triunfadora, sino porque hubo en muchos pasajes de la ceremonia una rotunda y directa censura al enfermizo odio de Trump hacia todo lo distinto: desde los mexicanos hasta los negros y otras minorías.

México, desde luego, en la persona de Guillermo del Toro y en el filme Coco estuvo presente, en el triunfo cultural de una nación que es mucho más que drogas, indocumentados y “gente indeseable”, como dice Donald.

Nuestro país, sin embargo, no es ajeno a los triunfos en la industria hollywoodense. Su presencia comienza desde que “el Indio” posó como modelo del trofeo, cuya primera entrega fue el 16 de mayo de 1929, y sigue con Emile Kuri (1949 y 1954, por diseño de producción) y el gran Anthony Quinn, mejor actor de reparto en 1952 y 1956, hasta los tres de Alejandro González Iñárritu (2015, 2016 y 2017), los tres de Emmanuel Lubezki (2014, 2015 y 2016), los dos de Alfonso Cuarón (2014) y ahora los cuatro del jalisciense Del Toro.

México está presente en la vida y la cultura de Estados Unidos. Les duela o no a los ultra ortodoxos seguidores del más rancio puritanismo. Somos una potencia dentro de esa potencia y ni muros ni decretos lo podrán impedir.

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