Todos y todas ¿iguales e igualas?

Si no estamos dispuestos a aceptar que es la historia de la lengua la que fija en gran medida la conformación léxica y sintáctica del idioma.

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Hay una realidad que no se puede guardar bajo las alfombras –como se hace con la basura-: existe el sexismo en el lenguaje y gramática y diccionario lo reflejan, aunque menos hoy día. Va nada más a guisa de ejemplo: hasta hace unos años se definía “jueza” como “la esposa del juez” y cuando se hablaba de las reglas de concordancia se decía que los adjetivos conciertan en género “con el más noble” y el “más noble” era el masculino, ni más ni menos. Aunque hubiera un millón de mujeres y un solo hombre, se tendría que decir: ellas y él son buenos. No es lo mismo decirle “perro” a un hombre que “perra” a una mujer.

También es verdad insoslayable que la sociedad es sexista y discriminatoria y que hasta los días que corren las mujeres están en situación de desigualdad y vulnerabilidad frente a sus contrapartes masculinos. Es un lastre que lleva siglos pesando sobre nosotros y del que, gracias al empuje de muchas de ellas y unos cuantos hombres, poco a poco vamos liberándonos. Mucha agua correrá aún bajo los puentes de la vida antes de que se logre la equidad entre hombres y mujeres (la igualdad nunca) y eso incluye las cosas del habla. En ese camino vamos entre tumbos y sacudidas, pero vamos.

Dicho esto, me parece que es un abuso de los defensores –y las defensoras- a ultranza de la equidad, un “despotismo ético”, como le llama Ignacio Bosque (El País, 3-marzo-2012), que, en aras de eliminar el sexismo, llega a proponer que, en vez de decir “mis amigos” (hombres y mujeres) se diga “mis amistades” (lo cual hace impersonal y distante la expresión) o en vez de los futbolistas, “quienes juegan al futbol” (muchas palabras innecesarias).

Si no estamos dispuestos a aceptar que es la historia de la lengua la que fija en gran medida la conformación léxica y sintáctica del idioma, ¿cómo sabremos dónde han de detenerse las medidas de política lingüística que modifiquen su estructura para que triunfe la visibilidad?, pregunta Bosque (ibidem).

El tema es de la mayor importancia y llega a grados de increíble prolijidad en manos de quisquillosos luchadores sociales. En aras de la equidad, los defensores de ésta atropellan la historia de las palabras y su estructura lingüística. No es el idioma el que dará “visibilidad” a las mujeres, porque es fruto de la sociedad y si la sociedad es inequitativa y discriminadora eso se verá manifestado en el habla. Trabajemos porque todos seamos iguales (¿e igualas?

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