Nuevo consenso de Trump

Hasta ahora, los planes de forajido de la Casa Blanca no le han resultado ¿qué sigue?

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Los planes del forajido de la Casa Blanca no le han resultado como pensaba. Los diputados republicanos no lo secundaron en la eliminación del sistema de salud de Obama; los jueces federales no dejan prosperar su bloqueo a los refugiados musulmanes; el muro resulta material, legal y económicamente imposible de construir, y la renegociación del tratado de libre comercio no avanza rápidamente, pese a la obsequiosidad del gobierno mexicano, pues existen límites legales y oposición interna hacia ella. Su gobierno se desgasta en sus ataques a la prensa, con el gasto millonario de los viajes a su mansión de la Florida, en la que se refugia cada fin de semana del mundo desconocido al que entró, y con el rol de infanta de monarca de su hija. En estas condiciones, nada puede extrañar que Trump recurra a la moneda universal de compra de apoyo popular de los estadounidenses: matar extranjeros.

Tras robarse la elección de 2000 y ante el desolador panorama de su desprestigio público, así lo hizo Bush II, estallando la Segunda guerra del petróleo en Irak y Afganistán, logrando un éxito interno inmediato. No sólo el grueso de la población se volcó entusiasta en apoyo del genocida y sus masacres, sino que la clase política entera, en un macabro rito de obligado consenso, respaldó la invasión de ambos países al amparo de la mentira de las armas de destrucción masiva. El despedazamiento de éstos y de sus pueblos cimentó sólidamente su futura reelección.

Es verdad que Bush I no tuvo el mismo éxito con la Primera guerra del petróleo, tal vez por no haber estado debidamente madurada la convicción anti-islámica del mundo occidental, tal vez por haber negociado la paz demasiado pronto, en lugar de prolongar la guerra; pero nada parece indicar que hoy la apuesta de bombardear y asesinar en el extranjero para lograr respaldo interno corra ese riesgo. De uno y otro lado de las preferencias electorales, pocos en EU cuestionan el derecho de su país a sentenciar a muerte por el mundo a culpables o inocentes, a fabricar golpes de Estado, a destruir e invadir si esto contribuye, no digamos ya a su sensación de seguridad, sino a la convicción de la supremacía de su país y de sus derechos por encima de los del resto de la humanidad.

Bombardear Siria, experimentar una megabomba en Afganistán y amenazar militarmente a Corea de Norte son sólo los primeros pasos de una nueva vertiente para el consenso trumpiano. Habiendo fracasado en convencer al electorado de sus capacidades como gobernante, buscará demostrar su vocación para dictar y ejecutar sentencias de muerte sin perder el apetito. Nada más estadounidense que la convicción de que no hay problema, por grave que sea, que no se resuelva matando, especialmente en masa.

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