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El Centro de las Artes de San Luis Potosí se encuentra en lo que fue la penitenciaría estatal, cerrada en 1999. Esta fortaleza inexpugnable en donde estuvo prisionero Francisco I. Madero es hoy un dinámico centro de enseñanza de las bellas artes. En las antiguas crujías de terror y abandono, existen en el presente espacios para exposiciones y salones de estudio de niños, jóvenes y adultos que dan rienda suelta a su gusto por el arte. En ese sitio de reclusión y tortura se efectuó exitosamente por tercera ocasión el evento: Festival Internacional de la Novela Negra, Huellas del Crimen, al que fui invitada, previo expediente clínico basado en la obra bilingüe: Teya un corazón de mujer. Según el expediente mórbido, la obra muestra serios trastornos de la imaginación.

El Festival de este género narrativo tiene gran aceptación en esa entidad, esto se evidencia con la nutrida participación del público en los talleres de teatro negro, conferencias, presentaciones, mesas redondas, además de exposiciones fotográficas y ciclos de cine. Desde diversos ángulos, los ponentes analizan las pulsiones violentas que encuentran cabida en cualquier sociedad, también se denuncian los vínculos existentes entre el crimen y el poder y quizás lo más apasionante es indagar el lado oscuro del alma humana desde el género negro.

El invitado especial de este evento fue el irlandés John Connolly, autor de obras como: El poder de las tinieblas, Perfil asesino y La canción de la sombra, entre otras que se han adaptado para el cine de terror. En plática con este personaje del género negro, me confiaba que los perfiles de las mentes criminales son conocidos desde la antigüedad, pero los criminalistas, psicólogos y otros especialistas de perfiles criminales confunden todo con sus terminologías científicas. No coincido totalmente con su opinión, pero tiene algo de razón.

En este evento participé en una amena charla titulada: Enfermedades mentales, el trastorno de la imaginación en el género negro. Durante una hora Wílmer Urrelo Zárate, Alberto Bisamay yo nos enfrascamos en analizar el centenario Test de Roscharch. Al final del conversatorio el público se deleitó psicodiagnosticándose con las diez manchas de tintas creadas para evaluar la personalidad, no sin antes advertir que era un divertimento, pues nadie de los participantes era experto en medicina, psicología o psiquiatría.

Este evento me agradó de tal manera que, si no me invitan, asistiré por mi cuenta en su próxima edición.

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