De los libros prohibidos (II)

"The American Egypt. A record of travel in Yucatan", un texto que generó mayúsculo escándalo.

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Continuando con el repaso de libros non gratos para quienes tienen piel muy suave, encontramos el escrito por Arnold Channing y Frederick Tabor Frost, ambos antropólogos ingleses que, a principios del siglo pasado, llegaron a Yucatán atraídos por los vestigios de la cultura maya. Ellos documentaron su experiencia en el titulo bibliográfico: The American Egypt. A record of travel in Yucatan. El libro, leído por personas bilingües, generó mayúsculo escándalo; al igual que Turner, denunciaba el trato vil e inhumano que recibían los indígenas mayas. Eso era lo menos, la casta divina sabía solventar inconvenientes mediáticos. Lo peor es que los autores hacían una radiografía de las costumbres de los yucatecos, vilipendiaban a todos por igual: corruptos, holgazanes, alcohólicos y otras lindezas destrozaron el corazón blanco y puro de la sociedad yucateca. El libro fue proscrito totalmente, de tal manera que no existe, en la actualidad, una traducción completa de la obra, salvo la realizada por el sabio Roldán Peniche Barrera, quien hizo una traducción de partes selectas de la obra.

Los viajeros hacen mofa de las costumbres de los emeritenses, señalan la avaricia como mal mayor: “Los judíos no podrían vivir en Yucatán”, el más astuto de ellos no le ganaría en avaricia al coterráneo, escriben. Nos llaman “sepulcros blanqueados”, se burlan de la costumbre de escupir y mascar chicle, a tal punto que, en sitios de categoría VIP, existían escupideras y en zonas precisas carteles que advertían: “No escupa”.

En el mundo eclesial moderno, las rancheras también se cantan. En mi biblioteca particular tengo un volumen de una editorial clandestina del libro: Iglesia, carisma y poder, de Leonardo Boff. Hoy la obra se puede conseguir en cualquier librería; la compilación de ensayos fue censurada por la Iglesia Católica, y el entonces cardenal Ratzinger (Benedicto XVI), encargado del Santo Oficio moderno, se encontraba apagando los fuegos de la Teología de la Liberación, manifestada en las comunidades eclesiales de base. El argumento de censura estaba basado en que la visión marxista de los evangelios, era una apostasía.

El libro provocó que el franciscano Boff fuera condenado por el Vaticano a “silencio voluntario”, que en términos seculares significa no escribir, no dar conferencias y no enseñar en universidades. Las protestas mundiales no esperaron; Boff hizo caso omiso a la sentencia. De tal manera que el Vaticano alzó la mano amenazándolo con aplicarle la pena “suspensión a divinis”, pero eso es otra historia de contar.

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