Una de tantas Marías

Esta es la historia de un reencuentro que lleva esos tintes de complicidad temporal y espacial.

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Las relaciones interpersonales resultan complicadas conforme uno crece; no lo digo desde mis pocos años vividos, tampoco hablo desde los años de mis mayores: padres, abuelos, tíos. Hablo desde la cotidianidad, desde cada historia que ha llegado a mis oídos y cada rostro que he visto al abrir la boca y compartir una experiencia de ese tipo. Los tiempos, la gente, el espacio complican y embellecen las cosas. Hay encanto, por supuesto.

¿Es el tiempo un factor determinante para la buena o mala convivencia? En el relato que toca esta semana, encontramos muchos tonos que llegan y tocan las fibras más sensibles de nuestras propias experiencias. Hablo de algo casi violento, un dejo de incomodidad entre líneas; un reencuentro.

María, del autor noruego Kjell Askildsen, narra una historia en la que se plantea un reencuentro que lleva esos tintes de complicidad temporal y espacial, como si en cualquier punto futuro de la vida nos estuviera aguardando una circunstancia específica que tendremos que pasar. Es impresionante la naturalidad con la que detalla el encuentro: “Un otoño me encontré por sorpresa con mi hija María en la acera delante de la relojería; estaba más delgada, pero no me costó nada reconocerla”.

Naturalmente, hay cosas que no están dichas en el relato pero que sugieren una distancia en años entre el padre y la hija, un conflicto también. Somos ese testigo incómodo que no sabe bien cómo reaccionar ante una cordialidad fría entre dos personas que comparten la sangre y el apellido, las historias de infancia y los lazos suspendidos entre ellos.

Para María y su padre, quien narra, el tiempo no ha servido de tregua; los diálogos traen consigo un rencor que tiene muchos años suspendido. Un dejo de tristeza entre los pensamientos internos de él y las reacciones de ella. No se puede culpar a la gente por las incompatibilidades, pero quisiera, al menos, que éstas no nos toquen, que el tiempo sí cure y reconcilie. Que un encuentro fortuito en la calle signifique abrazo, sonrisa, y la capacidad de perdonar.

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