"La sacralidad del peyote (2)"

La hija de un jefe de una tribu tepehuana, se extravió en los cerros, se refugió en una cueva y al comer el peyote tuvo una visión en la que un apuesto joven la amó.

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Dyada, la hija de un jefe de una tribu tepehuana, se extravió en los cerros, se refugió en una cueva y al comer el peyote tuvo una visión en la que un apuesto joven la amó. Pero al despertar del éxtasis ya no estaba el galán. Con tristeza creyó que todo había sido un sueño. Sin embargo, decidió no abandonar ese lugar en espera de que la maravillosa experiencia sucediera de nuevo.

La princesa vagó por las cercanías de la cueva para buscar alimento. Con la maleza que había dentro de la caverna hizo un lecho y con las ramas de los árboles tapó la entrada de la oquedad.

Varias veces pensó en regresar a su pueblo, pero la retenía la esperanza de que su sueño se repitiera. Así pasó el tiempo, a lo largo del cual Dyada acabó por convencerse de que todo lo había imaginado.

Sin embargo, un día la princesa sintió que iba a ser madre; se dio cuenta de que su idilio había sido real. Paseando por la orilla de un arroyo se percató de que un venado la miraba con insistencia. Dyada cruzó el riachuelo y siguió al venado que caminaba lentamente volviendo la cabeza como invitándola a seguirlo. La princesa vio que por donde el animal pisaba brotaba una planta de peyote, que en la noche de su éxtasis le había apagado la sed y el hambre. Recogió con avidez un poco del vegetal y lo masticó.

Ella volvió al mágico sueño y estuvo de nuevo en los brazos de su amado, quien le pidió se quedara a vivir ahí. Le aseguró que aunque él no estuviera al alcance de su vista, siempre estaría junto a ella, en ese hermoso paraje que debía ser la cuna de su hijo. Por esto no debía marcharse.

Dyada adoró el peyote como algo mágico que la hacía feliz. Lo ingería todas las noches para reanudar su romance y así su amado pudiera hablarle de todo cuanto existía en la tierra y el cielo. Él le inculcó nuevas normas de conducta y le mostró una realidad aparte. Dyada se sentía cada vez más identificada con lo que él le comunicaba y aunque extrañaba a su familia, la retenía la fuerza de su amor (Continuará).

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