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Esta semana nuestro grupo de generación nos reunimos para festejar un año más de haber salido de la preparatoria.

Este espacio sin lugar a dudas se convierte de nuevo en el salón de clases donde logramos que el reloj retroceda y que nos volvamos a ver como cuando estábamos en las aulas, conviviendo con nuestros mismos compañeros de banca, recordando las anécdotas de siempre y que más de una vez nos han arrancado numerosas carcajadas.

Fue una casualidad que lo hayamos celebrado en la misma semana de mayo en la que recordamos a los maestros, porque su recuerdo, historias, palabras, gestos, emociones, sabiduría y ejemplo han marcado nuestra vida de una o de otra forma.

Si hacemos un recuento desde que entramos a las aulas en maternal o preescolar hasta que las dejamos sea en secundaria, preparatoria, después de la carrera técnica, licenciatura o incluso el posgrado, nos ha tocado vivir muchas experiencias que van desde las más divertidas hasta las dolorosas; pero sin duda inolvidables gracias a nuestros profesores.

Enseñar es un arte, porque no sólo se trata de transmitir el conocimiento de las primeras letras y números, sino que hay maestros con verdadera vocación que van más allá en la formación de sus alumnos, no sólo se limitan a lo que manda la currícula escolar sino que con sus consejos y su ejemplo nos ayudaron a forjar el carácter, nos mostraron su lado humano, nos enseñaron a ser mejores personas, nos trataron de forma paternal o maternal, más de una vez nos abrieron el corazón y cuando más lo necesitábamos nos dieron un abrazo, enjugaron nuestras lágrimas y nos animaron a seguir adelante con una palmada de confianza.

La noble tarea del profesor empieza por decir sí a una vocación, reviste una misión que requiere de muchísima paciencia para enseñar, amabilidad para estar siempre presente y brindar una sonrisa, entrega y pasión para que puedan recibir de los alumnos los mejores resultados que puedan dar, generosidad para compartir su tiempo y sapiencia, humildad para aceptar los errores, responsabilidad a la hora de enseñar y honestidad para apegarse siempre a la verdad.

El libro Martes con mi viejo profesor relata una historia de la vida real entre un alumno y su profesor, que no se limitó a enseñar la ciencia para la cual fue contratado sino que su tarea fue más allá con sus alumnos para enseñarles valores y como ser mejores seres humanos, les enseñó que en la vida no basta con sacarse buenas calificaciones o saberse de memoria lo que los libros contienen, sino que en la vida para sobresalir las personas tienen que mirar al prójimo y ser solidarios con el otro.

Porque seguramente todos tenemos una anécdota que contar, es que hemos querido rendir un pequeño homenaje a quienes con su autenticidad, congruencia y pasión nos han enseñado a ser una mejor versión de nosotros mismos.

Profesores, gracias por no limitarse a enseñar lo que los libros contienen sino a transmitir con su ejemplo y testimonio valores para la vida. Este es el gran reto de enseñar, ya que el arte de enseñar consiste en dejar una huella en las vidas para siempre. ¡Muchas felicidades, pues su vocación eleva las virtudes de sus educandos! 

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