Castigo al consumidor

No pueden considerarse del todo inesperadas las advertencias del encargado de comercio de la administración Trump.

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No pueden considerarse del todo inesperadas las advertencias del encargado de comercio de la administración Trump, en las postrimerías de la Quinta Ronda de negociaciones para la actualización del TLC, sobre la necesidad de que México y Canadá flexibilicen sus posiciones para que acepten las “propuestas” de Estados Unidos.

Negociaciones en las que, en opinión del secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, se cuenta con avances importantes, de manera que ya se podrían cerrar capítulos enteros para centrar las negociaciones en los temas que son motivo de controversias por la posición, hasta ahora irreductible, de los norteamericanos que atentan contra los principios del tratado comercial, como en el tema de la estacionalidad en la agricultura y el contenido regional en la industria automotriz.

Lo que nos impediría la venta de productos agrícolas en las temporadas de cosecha en Estados Unidos y haría que se importe mayor cantidad de componentes automotrices norteamericanos para la producción mexicana.

A raíz del TLC, la agricultura mexicana se desplazó de la producción de granos, en la que son más competitivos los norteamericanos, a la de frutas, verduras y hortalizas, donde, por cuestiones naturales, geográficas y ambientales, son mejores los mexicanos. Por otra parte, la mayor importación de autopartes norteamericanas sólo encarecería los automóviles que se producen en México. Así, el incremento de los precios iría en perjuicio de los consumidores de Estados Unidos.

No obstante, la administración de Trump continúa insistiendo en dos ideas antiguas originadas en la economía precapitalista, previa a la industrialización, y que postulan que sólo se deben exportar las mercancías que sobren tras satisfacer el consumo interno y que hay que buscar el equilibrio de la balanza comercial con cada uno de los países con los que se establezcan relaciones comerciales.

Lo que representaría más obstáculos que estímulos para el desarrollo internacional, pues, por una parte, ha quedado demostrada la ventaja de las empresas dedicadas a producir para exportar y, por la otra, la única manera de conseguir el equilibrio en la balanza comercial es o absteniéndose de importar las mercancías para cubrir nuestras necesidades u obligando al otro país a importar productos que no requiere.

Como demostró el economista Adam Smith, las ventajas del comercio internacional se acrecientan cuando se usan las ventajas comparativas, origen de la división internacional del trabajo; es decir, cuando cada país se dedica a producir aquello en lo que resulta más competitivo. Poner barreras artificiales, como quiere Trump, sólo castiga al consumidor con desabasto o encareciendo el producto.

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