Después de demostrar las mejores características que debe poseer un colaborador: joven, leal, responsable, con iniciativa, trabajo en equipo, comprometido con su labor en la organización, siempre en busca de la excelencia y la calidad en cada tarea a realizar, el esfuerzo no fue suficiente en esos 5 años que dedicó en cuerpo y alma a la empresa. No recibió un aumento de sueldo, menos un ascenso de puesto.

Admite que se perdió cumpleaños, reuniones, viajes con su familia… Por eso renunció.

¡No volveré a trabajar como contador, no es para mí!, exclamó. Era evidente que extrañaba el clima laboral. Estaba temeroso, pues realmente había salido de su zona de confort. Un paso difícil de dar, ya que es necesario convencerse de qué es lo mejor para uno mismo.

Le señalé las partes positivas de las que ahora goza: optimización de tiempo, asistencia a reuniones importantes con su familia, pareja y amigos. Aunque su ingreso es menor que el anterior. Ahora podía comenzar un negocio propio, algo que él había deseado realizar años atrás.

A sus 30 años, jamás había experimentado lo que es el silencio ensordecedor. Con lágrimas en los ojos afirmó que había tomado una de las mejores decisiones de su vida. Esto sucedió hace unos 8 meses.

A partir de ese momento, sus objetivos se modificaron a su favor, poco a poco comenzó a tener un mejor hábito alimenticio; realiza ejercicio físico, lee lo que puede en sus tiempos de ocio. También decidió enfocarse en potenciar su creatividad. Comenzó a ofrecer servicios contables a sus amistades y familiares. La disciplina, constancia, propósito y pasión lo han llevado por el camino del emprendimiento. Hoy día está por abrir su despacho contable. El creer en sí mismo y el apoyo de su entorno han sido pieza clave para alcanzar su meta.

Me siento orgullosa y feliz por Manuel. A quien le dedico la siguiente frase: “Las personas productivas animan lo que tocan. Hacen surgir sus propias facultades y dan vida a las personas y las cosas”, Erich Fromm.