'Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho'

Celebra 25 años de sacerdocio el presbítero Patricio Enrique Sarlat Flores.

|
El padre Patricio Sarlat Flores ha representando al clero de México en diversos foros internacionales. (SIPSE)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Con las palabras del Salmo 115, quiero sintetizar lo que desde hace 25 años vengo sintiendo y experimentando ante la vocación sacerdotal: un profundo respeto, gratitud y gozo por la elección divina y, por otro lado, la exigencia de la misión, que pide generosa entrega, alegría en el servicio, responsabilidad ante las encomiendas, cercanía para con los menos favorecidos, tener olor a oveja.

Así pues, llego felizmente a las bodas de plata sacerdotales con el corazón henchido de gratitud a Dios y repitiendo con el salmista: “Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho. Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre por siempre”. Pero, al mismo tiempo, siento que me falta mucho por seguir aprendiendo de Aquel que me ha declarado su Amor y me sigo sintiendo pequeño ante la grandeza del sacerdocio que es don y misterio.

Me sucede algo curioso. Mientras más me voy distanciando en años de aquellos momentos de juventud, de discernimiento vocacional y entrada al Seminario, veo con mayor claridad y certeza el llamado al seguimiento de Jesús. Crece en mí esta convicción: soy sacerdote porque Dios así lo quiso, porque desde el vientre de mi madre Él se fijó en mí, por pura gracia, por puro amor.

Pero también soy sacerdote porque quise lo que Dios quiso para mí. A partir de mi experiencia espiritual personal puedo decir que el sacerdocio es una historia de amor entre dos personas; de gracia, de elección divina, por un lado, y de respuesta generosa, libertad y responsabilidad de parte de quien es llamado.

Me di cuenta de que Dios me llamaba por las diversas mediaciones humanas que a lo largo del camino me fueron gritando, cada vez con mayor fuerza:¡Dios te quiere sacerdote! Pero, si yo quiero ser médico, respondía en mi interior… Y lo sería, pero de almas, como dice san Pablo a los presbíteros de Éfeso en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “miren por todo el rebaño del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo”.

Médico de almas

En el lenguaje coloquial, referirse al ministerio sacerdotal como médico de almas significa, con san Pablo, ser pastores, apacentar, cuidar, velar, conducir, acompañar al rebaño confiado por caminos de santidad, de caridad, de justicia y paz, de fraternidad, en comunión y al estilo de Cristo, el Buen Pastor.

Quien reconoce el llamado de la gracia y asume el don y responde con libertad y entereza diciendo: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”, sabe que ya no se pertenece, que se debe a Cristo y a su Iglesia, que su misión será anunciar y testimoniar el Evangelio de la misericordia, cuidar en Su nombre a los que nos han confiado, velar por la unidad del rebaño, santificar en la verdad, sintetizado con las palabras de santa Teresa de Jesús, “velar por los intereses de Cristo y de su Iglesia, esa será nuestro negocio aquí en la tierra”.

Me parece que la mayor dificultad para “entender” una vocación o bien, el mayor reto de un joven en búsqueda, es saber leer los signos de Dios, saber discernir esas mediaciones humanas. Esa es la labor de un formador en el Seminario, ser la de un hermano mayor que acompañe el camino que uno ya recorrió y vuelve a recorrerlo ayudando a otros a descubrir los signos de la voluntad de Dios. En mi caso, quisiera compartirles algunas mediaciones humanas que intervinieron en mi camino vocacional.

En la pasada semana santa, aprovechando los tramos carreteros de las dos comunidades de la parroquia de Halachó (tierra de mi abuelo materno) a las que fui enviado para celebrar el Triduo Pascual, empecé a meditar sobre aquellas cosas por las que debía darle gracias a Dios, de las semillas de vida eterna que el Resucitado ha sembrado en mi corazón.

Sin embargo, ya cercano a este especial aniversario de ordenación, la reflexión se extendió y en estos días han venido a mi corazón personas cuya presencia en mi vida ha resultado vocacionalmente significativas y que el Señor permitió que me topase con ellas y que ahora no están físicamente con nosotros porque han acudido al llamado definitivo del Buen Pastor.

Los quiero recordar en la plegaria eucarística y también agradecer la luz que cada uno de ellos puso en mí para que vea con más claridad el llamado del Señor, o para animarme en el camino vocacional emprendido.

A la memoria de mi padre

En primer lugar quisiera honrar la memoria de mi difunto padre, don Miguel Sarlat Puerto, a quien por su piedad y espíritu apostólico, el padre Juan Arjona Correa, rector del Seminario, lo invitara a entrar al Seminario, cosa que no logró. Devotísimo de la Virgen María en su advocación a Nuestra Sra. del Perpetuo Socorro, fiel y activo apóstol, junto con mi madre, de esta parroquia, sensible a las necesidades de los pobres, luchador por las causas de la justicia y mi primer maestro de pastoral social. A él le impartí mi primera bendición como sacerdote y aún recuerdo con emoción cuando, terminando la ordenación sacerdotal, me pidió mis manos para besarlas con espiritual recogimiento.

En segundo lugar, quisiera recordar de un modo especial al padre Jorge Antonio Laviada Molina. Un día como mañana 9 de junio, hace un año, fue llamado a la Casa del Padre, y obediente respondió, como lo hizo siempre, ¡“Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”! Amigo desde la adolescencia, compañero de aventuras, expediciones y viajes, hermano en virtud de la fraternidad sacerdotal y con quien compartí la maravillosa tarea y la responsabilidad común de ser formador en el Seminario durante 11 años. 
Gracias Jorge por tu amor a Cristo sacerdote, a la Iglesia, al Seminario. Por tu vida alegre, entregada, no exenta de dificultades. Por tu amor a la verdad y tu firmeza para defenderla ante quien sea. Aquí, en nuestra querida parroquia de nacimiento, celebraste tu primera misa y tu última misa, hace un año, antes de ir al campo de futbol, para acudir con tu alma buena y limpia, al encuentro del Señor!

En tercer lugar, quisiera recordar con especial gratitud al padre Francisco Javier Bacelis Cano, mi padrino de confirmación y de ordenación sacerdotal. Recordarlo hoy significa hablar del testimonio, consejo, paciencia, alegría e infatigable celo apostólico, de cuya entrega sacerdotal quedé admirado e invitado a seguir a Jesús en ese estilo de vida como sacerdote diocesano. Es a él, sin duda, después de Dios, a quien le debo el que hoy sea sacerdote de Cristo.

En cuarto lugar, pero no menos significativo, evoco con gratitud el testimonio de paterno amor y cercanía de Don Manuel Castro Ruiz, quien nos acompañó como todo un padre espiritual durante nuestra formación en el Seminario, dándonos marcaje personal, interesado en que Cristo se forme en nosotros.

Al Hermano Marista Abelardo Leal Rodríguez quien fuera mi director en el Colegio. Cómo jóvenes nos hacía mucho bien su presencia tanto en la escuela como en los retiros y misiones. Fue él quien me invitó a probar la vida religiosa marista y él quien nos acompañó personalmente a un grupo de estudiantes al noviciado marista de la Asunción de Morelia, Michoacán.

¿Cómo no agradecer el haber sido vicario del  padre Miguel Castillo, aquí, en mi iglesia parroquial y celebrar todos los días la misa entre mis dos madres, nuestra Señora del Perpetuo Socorro y mi madre de esta tierra?

Al padre Victoriano Carvajal Martínez, quien fuera promotor de la Pastoral Vocacional. Con él inicié mi acercamiento al Seminario y propiamente mi discernimiento vocacional. Hombre alegre, sencillo, irradiaba paz.

A Mons. Luis Miguel Cantón Marín, quien como rector de nuestro Seminario nos dio la bienvenida al curso Propedéutico, hoy llamado Curso Introductorio y nos guió en los primeros años de formación. Hombre sabio, santo y sano. Austero y disciplinado, tenaz y discreto. Fuimos testigos de su nombramiento y ordenación episcopal en Tapachula, Chiapas, y de la sencillez y humildad con la que acogió este ministerio.

Desde luego a San Juan Pablo II, cuyo largo pontificado y amplio magisterio me acompañaron desde los inicios del apostolado juvenil, discernimiento vocacional e ingreso al Seminario, hasta la ordenación sacerdotal y mis primeros 15 años de ministerio. Su autobiografía vocacional “sacerdocio: don y misterio” ha sido para mí una gran luz, un gran testimonio.

Recién ordenado sacerdote, también aprendí mucho del padre Jorge Medina Vázquez, quien fuera mi primer párroco en Ticul. Él me enseñó en la práctica a iniciarme en el ministerio sacerdotal. También recuerdo con gratitud al padre Miguel Briceño Briceño, mi párroco en Tizimín, especialmente su paciencia y creatividad artística. Fue un buen sacerdote y con él compartí momentos de la vida parroquial muy hermosos y vocacionalmente edificantes. Cierro este memento de difuntos, recordando con gratitud al padre Carlos Heredia Cervera, quien fuera el más cercano colaborador de don Emilio Carlos, pero que en nuestras épocas de seminaristas fue nuestro formador, maestro y ecónomo. Sus homilías muy didácticas y muy directas, eran con frecuencia material para el examen de conciencia. Dios los tenga a todos en su santa gloria! 

Quedan muchas experiencias en el tintero y la emoción me sobrepasa. ¿Cómo no recordar con especial alegría el día de mi ordenación sacerdotal? ¿Cómo olvidar mi primera experiencia parroquial en Ticul? ¿Cómo no agradecer el haber sido vicario del experimentado padre Miguel Castillo, aquí, en mi iglesia parroquial y celebrar todos los días la misa entre mis dos madres, nuestra Señora del Perpetuo Socorro y mi madre de esta tierra? ¿Cómo olvidar las experiencias comunitarias y las celebraciones en la explanada del exconvento de los Tres Reyes en Tizimín? ¿Cómo no agradecer al Señor la inigualable experiencia de los estudios y formación en Roma? ¿Cómo no dar gracias por iniciar el nuevo milenio con la comunidad de San Martín Caballero y las hermosas vivencias pastorales en la Ermita de Santa Isabel? ¿Con qué agradecer al Señor el haberme llamado para ser formador en el Seminario y ser capellán de comunidades de vida consagrada? ¿Cómo no bendecir al Señor por mi primera, hermosísima experiencia, de ser párroco en san Rafael y ver cómo una comunidad se va construyendo en todo sentido? ¿Con qué pagar al Señor por esta etapa de madurez y experiencia sacerdotal, puesta al servicio de la Iglesia en México? Por estas y muchas otras experiencias vocacionales que me han hecho crecer en la conciencia, en el ser y el servicio sacerdotal, rezo con el Salmista “¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación e invocaré su nombre por siempre”.

Gratitud a monseñor Emilio Carlos Berlie

Quisiera aprovechar este momento de intimidad espiritual y familiar para dirigir unas palabras de especial gratitud al Sr. Arzobispo, don Emilio Carlos. Gracias Monseñor por la confianza al enviarme a estudiar a Roma. Fui su primera generación en agosto de 1995. Gracias por confiarme los alumnos de nuestra alma mater, como formador y maestro, particularmente confiarme la economía del Seminario. Gracias por su decidido apoyo y el de su familia, para la construcción de la capilla del Seminario Menor. Gracias Señor Arzobispo porque cuando he tenido alguna dificultad, me ha escuchado con paciencia y he recibido de usted aliento y paternales consejos.

Recuerdo con especial gratitud esa larga conversación que tuvimos en su casa hace dos años, el día (mejor dicho la noche) de mi cumpleaños, discerniendo y valorando la conveniencia de dejar la parroquia de San Rafael para que pueda ser mejor atendida, no a control remoto desde México, y así dedicarme a tiempo completo a la Comisión Episcopal para la Pastoral Social, evitando fatigosos y costosos viajes semanales a Mérida. En fin, gracias Señor Arzobispo por su confianza, apoyo y por darme esta oportunidad de vivir mi sacerdocio en este servicio a la Iglesia a nivel nacional, por ayudarme a ampliar mi visión de la Iglesia en México y por permitirme esta singular y ardua tarea de evangelizar en y desde lo Social y acompañar los procesos de las diócesis y las provincias en la formación de sus agentes de pastoral social, formación en la conciencia social y el servicio de la caridad organizada. Pido mucho por usted, especialmente por la etapa de transición que se avecina para Su Excelencia y para nuestra querida Arquidiócesis.

Finalmente, agradecer a mi madre, hermanas y hermanos, a mis sobrinas y sobrinos, a mis tíos y primos, su amor, cercanía y apoyo incondicional; agradezco la presencia de mis hermanos sacerdotes, su cercanía y oración, especialmente aquellos que han sido compañeros de camino, los que fueron mis formadores en el Seminario y con los que colaboré, de  modo particular al padre Joaquín Vázquez Ávila y a monseñor Jorge Patrón Wong, quienes fueron los dos rectores con los que trabajé muy de cerca en el Seminario, aprendiendo de su experiencia y sabiduría. Y a todos ustedes, amigos y compañeros de camino de estos 25 años, gracias por su presencia, oración y amistad.

Siguiendo el ejemplo humilde de san Juan Pablo II, pido perdón a Dios y a ustedes hermanos si no he sido el mejor signo de Jesús Buen Pastor, pido perdón por mis fallas y les pido que nos sigan encomendando en sus oraciones para que seamos sabios, santos y sanos sacerdotes, para que en nosotros brille Cristo que nos ha constituido sus ministros, para que seamos signos eficaces y puentes eficientes entre los hombres y la misericordia del Padre. Así sea!

Pbro. Patricio Enrique Sarlat Flores
Parroquia de Nuestra Sra. del Perpetuo Socorro
XXV aniversario de Ordenación Sacerdotal
Mérida, Yuc. a 8 de junio de 2015

Lo más leído

skeleton





skeleton