Esta semana, el 12 de octubre, se conmemoró el Día de la Raza, ocasión para celebrar la mezcla entre culturas que se dio a la llegada de los europeos a nuestro continente, pero por desgracia son pocos los que celebran tener su propia identidad y muchos los que prefieren esconderse con máscara de vergüenza como si la cultura fuese un martirio por culpa de quienes, por sentirse citadinos y modernos, se dan aires de superioridad y de sus tradiciones se burlan.

Pero hablemos en positivo, de aquella gente que aún ama su cultura, que la vive y la disfruta; no es necesario alejarse mucho de Mérida para encontrar a esta gente que vive en pequeños poblados donde las tradiciones y costumbres mayas son el pan de cada día, gente a la que no le avergüenza decir “soy indígena” y lo celebra, otros que transmiten aún las leyendas de esa sociedad mágica y que con belleza emplean su lengua.

Llevo un poco más de dos meses viviendo esta cultura más cerca que nunca, observando cómo chicos y grandes la disfrutan, así como disfruto observar, con agua en la boca, cómo preparan la tierra para enterrar el pib. Pero llego a Mérida y observo a los niños citadinos gastando miles de pesos en juegos para el Xbox como en la cultura gringa, mientras que los chicos ricos en su cultura indígena se entretienen bajo la sombra de un árbol deliberado quién lanzó más lejos la quimbomba.

Son a estas personas a las que celebro en este día, a las que nos demuestran que dos culturas pueden convivir juntas y que las tradiciones no se pierden sino que se viven a diario, aunque a veces no nos demos cuenta. Disfrutemos está mágica mezcla de culturas y luchemos para preservarla, pues la cultura es lo más valioso que una población puede tener.