'Dimensión misionera de la fe católica'

La exigencia de la misión es fruto de una elección reveladora y constructiva, que pide a cada uno dar lo mejor de sí mismo.

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Sólo el amor es la fuerza que construye, edifica y hace que la persona extraiga y obtenga de sí misma lo mejor que tiene. (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- XIV Domingo Ordinario

Is. 66, 10-14; Sal. 65; Gal. 6, 14-18; S. Lc. 10, 1-12. 17-20

Ya se había hablado de la misión de los doce, pero mientras nos describe a Jesús que se acerca a la culminación de su misión terrena, el evangelista San Lucas amplía el horizonte subrayando la dimensión misionera, que comprende a toda la Iglesia y a todos los cristianos.

La misión parece a primera vista extraña, pues hay que dar testimonio ante un mundo que es de lobos, procurando comportarse como corderos; trabajar como esforzados obreros, pero sin apoyarse en las propias fuerzas; de ser capaces de ofrecer un agudo sentido crítico a la luz del Evangelio y al mismo tiempo de serenidad y de paz, fruto de la fe y confianza que se fincan en Cristo crucificado.

I.- Testigos de la Esperanza

Es el gran contraste de comportarse como corderos en medio de un mundo de lobos. Jesús sabe que el mundo es voraz, despiadado, porque está sediento de poder, tener, gozar y para ello recurre a diversas formas de violencia; pero ésta no es ni una fuerza, ni una riqueza, ni una solución. 
Sólo el amor es la fuerza que construye, edifica y hace que la persona extraiga y obtenga de sí misma lo mejor que tiene.

Dios es amor, por ello no aprueba la violencia, porque Él es una infinita capacidad creativa de bien. Porque es amor, es don que nos da y se da, que ha hecho un mundo maravilloso al servicio de la persona humana, que es don también para la vida interior y gracia para todas las personas.

Por ello la exigencia de la misión es fruto de una elección reveladora y constructiva, que pide a cada uno la colaboración de dar cada día lo mejor de sí mismo, en el  contexto de la propia vocación y con la propia personalidad.

El ser humano vive proyectado hacia el futuro, anunciando por la esperanza, que lo puede llevar a la angustia si se manifiesta vana, y lo vuelve sereno y seguro cuando ésta se realiza.

La persona vive si comprende que tiene un proyecto de vida, que debe realizar en plenitud, conforme a la voluntad del Padre: “Cuando yo quiero lo que Dios quiere, quiero lo mejor para mí, porque nadie me quiere como Dios me quiere”, como suelo repetir.

Cada uno somos proyecto de vida y amor, que debemos realizar en plenitud conforme a la voluntad del Padre, con el ejemplo y doctrina de Cristo, contando con la gracia y fuerza del Espíritu Santo.

II.- “Dilata tu corazón”

Cuando tenemos nuestros momentos de desfallecimiento, de desilusión o duda, podemos buscar encerrarnos en nosotros mismos, desvincularnos, separarnos, lo cual es una pésima solución.

Debemos ser hombres de esperanza que buscan la autorrealización en el marco del proyecto de Dios que hago propio, afrontando, enfrentando y asumiendo las circunstancias tanto positivas como las difíciles, las que resultan fáciles de comprender como bendición de Dios y las que son difíciles por significar una contradicción.

El creyente sabe que no debe detenerse jamás. Quedarse en las metas provisionales o pasajeras es una idolatría. El que confía en Dios se siente invitado a caminar más allá, adelante, de frente, con capacidad de inventar, descubrir e ir forjando un futuro cada vez mejor para sí y para todos.

La garantía, la base, el apoyo es la fortaleza de Cristo crucificado y resucitado, con espíritu positivo de esperanza, se forja la comunión y se rechaza toda división.

III.- Forjadores de un mundo renovado en Cristo

Ser cristianos es testimoniar como “trabajadores de la mies”, sin contar con nuestras propias fuerzas, que la eficacia, valor y significado de lo que hacemos viene de Dios.

Anunciar el Evangelio, es anunciar una “buena nueva de Cristo”, que comporta toda nuestra vida: 24 horas sobre 24 y 365 días del año.

Ser misioneros significa vivir en una dimensión de apertura como San Pablo, para cumplir el mandato de Cristo, de llevar la Buena Nueva a todas las gentes, de todos los lugares, de todos los tiempos.

Sentirnos responsables de que el mensaje pueda llegar a todos los que están cercanos, en los diferentes lugares de relación e influencia que tengo: Hogar, familiares, compañeros de trabajo, amigos, compadres, grupos sociales, etc.

En todos ellos la aceptación de Cristo debe convertirse en fuente de vida, gracia, paz, serenidad, fortaleza y entereza.

Que nos sintamos comprometidos con nuestra inventiva e iniciativa para afrontar los retos que tiene la Iglesia y ser portadores del amor misericordioso de Cristo; amor que no conoce cansancio frente a la incomprensión, no conoce desfallecimientos ante el rechazo, no conoce condenaciones ante la constatación de límites y deficiencias.

Mérida, Yuc., a 7 de julio de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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