Muertes y suicidios en cementerios yucatecos

La leyenda de Juan el Ahorcado fue utilizada durante mucho tiempo para hacer que los niños se portaran bien.

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La explicación de las almas en pena que se aparecen en los cementerios es porque murieron en esos sitios. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Si usted estuviera muerto y deambulara como alma en pena, quizás el último sitio en donde usted se aparecería sería en el cementerio donde está enterrado, ¿no cree? La lógica indica que sería mejor aparecerse en la casa en donde vivía, con sus familiares, amigos cercanos y hay quienes creen que también en los sitios donde murieron.

Este cuestionamiento responde de cierta forma el por qué en los hospitales hay más apariciones fantasmales que en los propios cementerios, aunque la excepción a la regla viene cuando la persona falleció ni más ni menos que en el interior de un panteón.

He investigado tres casos relacionados con esto último: una persona que durante un velorio en Chocholá, momentos antes de que enterraran a su familiar, sufrió un infarto fulminante; una persona en Kinchil que al manejar una motocicleta en estado inconveniente se estrelló con el muro del cementerio y falleció, y el caso de una persona que se ahorcó en el interior del cementerio de Hocabá en remordimiento por haber “matado” a su madre en el mismo sitio.

Una leyenda de más de 100 años

En los tres casos, se han reportado sus apariciones fantasmales en los respectivos cementerios, pero quizás el caso más impactante es el del “ahorcado”:

Se trata de un caso poco conocido en Yucatán que ocurrió en el cementerio del municipio de Hocabá, y cuya leyenda data de más de 100 años y me la platicaron personas que nacieron en esa población, aunque actualmente radican en la ciudad de Mérida.

Nos remontamos al año de 1895, cuando Hocabá tenía como cabecera municipal a Sotuta (no fue sino hasta el año de 1900 cuando se convirtió en un municipio). En ese entonces, había una persona en el pueblo de nombre Juan, que le gustaba tomar mucho alcohol y tenía una vida llena de penurias, pues a pesar de que ya tenía más de 30 años era mantenido por su pobre madre y ésta constantemente lo tenía que ir a buscar en los alrededores del pueblo y llevárselo casi a rastras de tan borracho que estaba.

Su madre acudía cada semana al cementerio para llevarle flores a su difunto esposo, pero Juan siempre le recriminaba y le decía que sólo perdía el tiempo en el panteón, pues se la pasaba hablando con el difunto.

Un día (quizás tanto alcohol ya había acabado con parte de su raciocinio), decidió darle "una lección" a su progenitora, pues mientras su madre se preparaba para ir al cementerio, Juan se adelantó y se guardó justo detrás de un árbol que estaba a espaldas de la tumba de su padre; poco después llegó su madre, y esta empezó a hablar con su difunto marido.
Justo en ese momento, Juan con una voz "tenebrosa" le dijo: 
"¡Deja de molestar a tu hijo y ya no vuelvas a visitarme, lárgate de aquí!".

La señora, espantada, nunca imaginó que se tratara de una broma, por lo que contestó casi llorando "lo que tú digas viejo", y de inmediato se paró para irse, pero quizás fue tanta la impresión que apenas había dado unos pasos y cayó fulminada por un infarto.

Se enteró al día siguiente

Juan estaba tan tomado que ni cuenta se dio del desmayo de su madre, y se fue a seguir la parranda hasta que al llegar a su casa por la noche vio el velorio; no fue sino hasta el día siguiente, ya en sus cinco sentidos que le “cayó el veinte” y fue tal su remordimiento que se hundió aún más en la bebida hasta que a las pocas semanas acudió a ese mismo árbol en el panteón y se ahorcó.

Todo este caso fue conocido y circuló de voz en voz a través de las siguientes generaciones debido a que Juan tenía a un confidente de parrandas al que le platicó todo, su nombre era Melitón e incluso le dejó una nota póstuma explicando el motivo de su suicidio.

Con el paso del tiempo todo esto se dio a conocer entre la población y empezaron a darse dos situaciones curiosas, ya que por una parte, cuando los jovencitos empezaban a andar en malos pasos o en la bebida, sus papás les decían:

"Pórtate bien o te va a pasar lo que a Juan", y también se cuenta que algunas mamás llevaban a sus hijos junto a la tumba o al "árbol del ahorcado". Muchos niños, atemorizados, empezaban a portarse bien.

También se decía que en las noches de luna llena (e incluso a plena luz del día), la gente que pasaba por ahí veía un cuerpo colgado en un árbol en el interior del panteón, por lo que llamaban a las autoridades y cuando éstas llegaban no había nadie. 

La persona que lo había visto aseguraba que era real, que no estaba mintiendo y cuando mostraba el lugar exacto en donde había visto el cuerpo... Sí, adivinó usted, se trataba del mismo árbol, el "árbol del ahorcado".

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