Homilía: Vino nuevo, vida nueva

Cada día y cada año es una etapa en la obra de Dios y en cada etapa el Señor nos bendice, santifica y conduce hacia Él.

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La revelación de Cristo se lleva a cabo a través de múltiples signos que el evangelista invita a comprender y leer con fe. (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- II Domingo Ordinario

Is. 62, 1-5; Sal. 95; 1 Cor. 12, 4-11; Sn. Jn. 2, 1-11

Introducción

Iniciamos lo que se conoce como “Tiempo Ordinario” en el que usamos los ornamentos litúrgicos de color verde. Se interrumpe durante la Cuaresma y el tiempo Pascual, hasta Pentecostés; bastarán alrededor de 33 semanas que así se denominan en el lenguaje litúrgico.

La Iglesia, nuestra Madre y Maestra, quiere con todo ello educarnos para una visión clara y coherente de lo que es el tiempo. Don de Dios al servicio de sus designios porque nos ofrece la maravillosa oportunidad de madurar en el amor, de fraguar nuestras decisiones que nos conducen hacia Él, de llevar a cabo nuestros buenos propósitos que hacen que los dones de su gracia –por nuestra colaboración–, se conviertan en méritos para la vida eterna.

Cada día y cada año es una etapa en la obra de Dios y en cada etapa el Señor nos bendice, santifica y conduce hacia Él.

I.- El primero de los signos

San Juan dice: “Así, en Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus señales y manifestó su gloria” (Jn. 2,11). Este texto parece querernos decir que este signo será como “arquetipo” de todos los sucesivos. La revelación de Cristo se lleva a cabo a través de una multiplicidad de signos, que el evangelista invita a comprender y leer con fe. Comprendemos así que el espíritu suscita los acontecimientos y guía la pluma del apóstol que los va narrando.

Se nos describe un banquete de bodas, “tres días después” son elementos que nos recuerdan la imagen del banquete mesiánico, en una clara dimensión pascual, con la connotación de que Cristo resucita al “tercer día”; para la realización de la salvación y así la imagen vendrá sustituida por la realidad.

II.- Los elementos de la realización

El agua cambiada en vino expresa el pasaje del signo del agua presente en todo el Antiguo Testamento. El nuevo signo del vino es Cristo, que dice ser la verdadera “vid” y afirma para los que lo escuchan: “El que crea en mí no tendrá más sed” (Jn. 6,33).

Cristo, con este signo clarifica nuestra fe: “manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (v.11) ¿Qué es la gloria? Es su identidad de Mesías que lleva a plenitud de realización el Reino Mesiánico. En Él ha llegado el tiempo en el cual los pueblos verán la justicia de Dios, celebrarán el banquete de bodas mesiánico, en donde será servido el vino de la infinita abundancia, para inaugurar esa vida nueva y definitiva en la que participarán todas las comunidades.

Las seis tinajas son un símbolo de la sobreabundancia de las promesas de Dios y de su realización, que en ese número se relacionan con los seis días de trabajo, sacrificios y purificación que comporta la vida ordinaria de cada persona en su semana laboral, y que refleja los días de la creación, para culminar así en el séptimo día.

Con el banquete en el que se degusta el vino sobreabundante y exquisito. Un vino nuevo ya profetizado por Jeremías (31,12-14).

La sorpresa del vino mejor servido al final es para indicar el estupor de la persona delante del Reino que supera toda expectativa.

En la fe de los discípulos hay un reto para nosotros, creer es iniciar con seriedad un camino de conversión y cambio de vida.

Pasar del agua al vino, y al vino mejor; es decir, de la muerte a la Resurrección, de la carne al Espíritu, de las tinieblas a la luz.

Creer es sentarse con Jesús en el banquete de la vida, en una actitud de amor a Él, respeto a la vida, victoria sobre el mal, superación de los estrechos límites de nuestros egoísmos miserables y reducidos.

Debemos alimentar esta actitud positiva de humildad y realización, de sencillez y eficacia, de compromiso y disponibilidad, cada cristiano en su historia de vida deberá tener esa visión del conjunto y no los acontecimientos favorables o desfavorables de lo circunstancial, sino el conjunto de su historia de salvación. Por ello, decididos y definidos para afrontar muy claramente las vicisitudes, contradicciones y obstáculos del cotidiano; teniendo una mente muy clara. Para la nave que no tiene bien definido el puerto al que va, no hay viento favorable.

Hay un autor que llama a esta actitud “la tercera dimensión” porque afirma que más allá del tiempo y del espacio está la presencia conductora del Espíritu, y que Él es quien dirige la historia, y así todo lo orienta hacia la gloria del Padre en seguimiento de Cristo, lo que nos lleva a una exigencia constante de conversión, cambio y superación.

III.- Presencia de María

Era costumbre en aquel tiempo que amigos, parientes y vecinos colaboraran en la preparación y servicio del banquete de bodas. Por ello, María se da cuenta del faltante de vino.

Con una mediación discreta salva el honor de aquellos jóvenes esposos y de su fiesta de bodas.

¡Qué bello saber que una esposa y madre con su perspicaz, inteligente y discreta intervención puede hacer tanto bien!

Es el último diálogo que conocemos de Jesús y su Madre, que co-relaciona la urgencia de las personas: “no tienen vino”, con la palabra del Hijo: “hagan lo que Él les diga”.

Jesús la llama: “Mujer, no ha llegado mi hora...”, igual que en el Calvario: “Mujer, he ahí a tu Hijo”.

María se muestra pues atenta a captar las necesidades de la gente y de interceder por ellos ante Su  Hijo. Ella vela con solicitud maternal por todos nosotros. Y también expresa la disponibilidad que cada uno debemos tener como discípulos de Cristo: “¡Hagan lo que Él les diga!” (S. Jn 2,5).

IV.- Conclusiones:

1. El matrimonio debe verse como don de Dios y donación recíproca del hombre y la mujer en el amor.

Cuántas conclusiones saludables podemos obtener, para una adecuada preparación del Sacramento del Matrimonio. En esta época que vivimos prevalecen las preocupaciones por el salón, los vestidos, la música, las invitaciones, los invitados, la comida, el pastel y un sin número de detalles y pormenores que convierten una boda en una organización empresarial  y feria de vanidades.

No quiero menospreciar el valor de todo ello, pero lo esencial se relega, reduce y hasta descuida, al grado tal que hay novios que piden la confesión en el atrio, minutos antes de iniciar la ceremonia.

Insisto mucho en que la Iglesia nos han invitado a orar, participar y comulgar con los novios y no a una ceremonia “por cumplir”.

El invitado de honor es Jesucristo, vamos a estar delante de Él para que con su presencia –en Su Palabra y en la Eucaristía– bendiga y santifique el amor de los que reciben su bendición, y establecen su unión sacramental.

Al ver el atuendo tan falto de decoro y pudor de ciertas damas se pregunta uno: Y esta persona ¿cree que Jesucristo está presente en su palabra y en la Eucaristía? ¿Se atrevería a presentarse así ante el Señor?... Que falta tan dolorosa de respeto, cuando a uno la Madre Iglesia le invita a ponerse ornamentos hermosos de calidad y gusto, por respeto a lo que como sacerdote se preside y lleva a cabo.

2. Se concluye así el ciclo de las tres manifestaciones de Jesús:

La Epifanía, a los Reyes Magos; el Bautismo, para iniciar su vida pública; y Caná, para sus discípulos que “creyeron en Él” (S. Jn 2,11).

3. Que cierto es que los esposos y papás deberán siempre cultivar el don de Dios de su amor, del de sus hijos, de su reciprocidad de afecto y responsabilidad al ser: “co-creadores con el Padre, redentores con y como el Hijo, y siempre los mejores consoladores con el Espíritu Santo” (Act. Litúrgica No. 176; p.44).

4. Hay que conservar las pupilas de la fe, para saber ver en todo amor la manifestación de Dios.

5. En la Eucaristía, que es el sacramento del amor de la nueva alianza, los esposos deberán renovar y fortalecer su alianza de amor.

6. Que la invitación de la Virgen María sea para cada uno de nosotros una indicación, un reto y una exigencia que se deriva del amor a Jesús: “Hagan lo que El les diga” (S. Jn 2,11). Amén.

Mérida, Yuc., 20 de enero de 2013.

 

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

 

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