Don Felipe bebió agua de un muerto

El Bó-Kebán era un ritual maya en el que se lavaba a los difuntos y con ese agua se hacían alimentos, esto para limpiarlos de pecados.

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En el 'Bó-Kebán' se preparaban alimentos como el atole utilizando el agua con el que se lavaban 'los pecados' de los difuntos. (Archivo/ SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yucatán.- Destacados investigadores aseguran que el ritual llamado “Bó-Kebán” o Purificación o Lavado de Pecados, nunca existió; sin embargo, contamos con testimonios como el de don Felipe Pérez Alcalá que indican lo contrario. De acuerdo al escrito de don Felipe, hace alrededor de 100 años pasaba una temporada en el campo y, cierto día, se internó en el monte y luego de caminar distraído por un rato se perdió.

Pasadas las horas, percibió varios penachos de humo que surgían de encima de algunas casas de paja y, llegando a ellas, reconoció un paraje poblado de indios libres. De repente, escuchó el rumor sordo y monótono que salía de una de ellas; allí se rezaba. Se acercó y salió de aquella casa el indio propietario de ella que resultó ser su gran amigo, quien lo invitó a pasar, por lo que encantado, aceptó.

Cuando entraron a la choza, el rezo concluía y aventuró desde la puerta una mirada al interior de la casa: varios individuos de uno y otro sexo se levantaban del suelo frente a un altar modesto en el que había una cruz de madera y ardían algunas velas de cera silvestre, y sobre el altar y ante la cruz, vio seis u ocho platos de relleno negro de pavo con su dotación de tortillas de maíz y otras tantas jícaras de atole.

Aquel agradable espectáculo le avivó el apetito del hambre y sed que traía luego de horas estar extraviado por lo que se sentó con gusto en un banquillo ante una rústica mesita que cubrieron con un lienzo blanco y en la que pusieron un plato de relleno, tortillas y una jícara de atole. 

Dada el hambre que tenía atacó a la incitante comida, pero al primer bocado sintió tal ardor en la lengua y en el paladar que se le encendió la cara; un copioso sudor brotó de todos sus poros sin poder tragarlo: tenía chile y con exceso atroz. Para mitigar algo aquel ardor insoportable, tomó la jícara de atole endulzado con miel y lo bebió hasta gastarse la última gota.

El Bó-Kebán

En seguida, y disimulando su disgusto, se levantó y decidió retirarse por lo que su anfitrión se despidió de la siguiente manera: 
-Muchas gracias, señor, agradecemos a usted su bondad y el difunto le bendecirá.
-¿Qué difunto?, preguntó sorprendido.
-Mi pobre hermano, señor, que murió hace ocho días; este rosario es en sufragio de su alma.
-Les acompaño en el sentimiento de esa muerte que ignoraba, y ¿de qué murió?
De viruela pero ya estaba seca, cuando le dio el viento de agua, se le encendió la calentura y murió.
-Resignación, amigo, saluda y da el pésame a la viuda de mi parte.
-Pobrecita y cómo va a agradecer a usted el que hubiese contribuido a aligerar el peso de sus pecados al difunto.
-¿Qué dices?
-Sí, señor, esa comida y ese atole.
-¿Qué tienen?
-Es el Bó-Kebán?
-Y, ¿qué es eso de Bó-kebán?
-Cuando muere uno de los nuestros, se lava bien su cadáver, el agua del baño se conserva y con ella se hacen la comida y el atole que se reparten en los rosarios que se rezan tres y ocho días después.
Continúa don Felipe su crónica indicando: “Sentí erizárseme el cuerpo todo y el estómago un vuelco terrible; parecía que en masa quería salírseme por la boca, ¡y el finado había muerto de viruela! Y aquella agua impura hacia ocho días que estaba depositada. Me despedí rápidamente y tomé casi corriendo el camino de mi casa”.
Al llegar furioso a su casa, le contó la ocurrencia al mayordomo y éste se echó a reír a sus barbas.
-¿Es esto para reírse con tanta gana?- le preguntó exasperado.
-No, me río de la casualidad. Esa costumbre de bañar a los muertos, existe aún entre las familias rancias de indios y están persuadidos de que ese baño póstumo lava las culpas del difunto, culpas que heredan en proporción los que comen las viandas y beben el atole, y no saben cómo agradecer a estos tan singular beneficio- dijo el empleado.
-¡Pero ese murió de viruela!, le reprochó
Por lo que el mayordomo simplemente respondió: ¿Y qué les importa? 

Mi correo es [email protected] y Twitter: @sergiogrosjean

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