La clase política frente a la elección

Héctor López Ceballos: La clase política frente a la elección

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Resulta muy pobre la calidad discursiva y argumentativa de los candidatos, en general, de nuestro país. Claro que hay sus honrosas excepciones, y un servidor se complace en conocer personalmente a ciudadanos que hoy buscan espacios desde los que puedan continuar al trabajo social que llevan desempeñando desde hace años y sin ningún puesto público. La reflexión de estas líneas no es para ellos de forma alguna.

Sin embargo, sí hay otra clase de sujetos que sostienen ideologías paupérrimas, conceptos vacíos, y propuestas a lo menos idiotas y que hoy compiten simplemente por un sueldo fijo y la posición social que dan los motes de gobernador, alcalde, senador o diputado.

Ya en alguna ocasión se mencionó en esta columna que la ideología política había muerto; que las líneas que delimitaban a la izquierda y a la derecha se habían desdibujado, y que más que nunca se vale todo con tal de llegar al poder. El “chapulinismo” de muchos personajes que brincan de un partido a otro no sólo es reflejo de ambición personal (válida, en cierta forma, pero un análisis limitado al fin y al cabo), sino muestra de que ya no existe una doctrina clara ni ideales firmes entre gran parte de la clase política mexicana. Por ejemplo, de pronto una legión de políticos dejaron de ser mafia del poder, minoría rapaz, potentados que se creyeron durante años amos y señores de México (palabras todas de Andrés Manuel durante al menos tres lustros) y, de pronto, gracias al bautizo teísta y religioso-político del oficialismo, todos se volvieron personas de la izquierda más marxista, protectores de proletariado y legítimos defensores del pueblo bueno y sabio al que durante años dejaron en la más terrible pobreza. ¿Cómo es posible esto? Sencillo: realmente nunca hubo un programa ideológico detrás de estas figuras, sino la persecución simple del poder.

Pero no sólo los oficialistas tienen esta característica. En el segundo debate presidencial Xóchitl Gálvez prometió que, de ganar, exentaría de impuestos a todos los trabajadores que ganen de 15 mil pesos o menos al mes. En esta categoría se encuentra aproximadamente el 49.06% de la población ocupada de México. ¿De dónde sacará el Estado el dinero que se deje de recaudar cuando se exente de impuestos a estos millones de contribuyentes? ¿Cómo costeará salud, educación, seguridad, infraestructura?

¿También tendrá una solución comodín o mágica como la de “acabar con la corrupción” para obtener dinero? No hay fondo en la propuesta, sólo espejos. En varios debates a lo largo y ancho del país se puede dar cuenta de que los candidatos a cualquier orden de Gobierno, pero muy especialmente los del partido del oficialismo federal, no tienen un proyecto propio. Se limitan a pregonar los supuestos logros de Obrador y a decir que continuarán gestionando y repartiendo programas sociales. El porfiriato, pues, donde el Presidente mandaba y los gobernadores eran meros émulos y encargados secundarios de un territorio. La centralización absoluta y la falta de criterio propio. Sin la figura central no son nada, por eso aquello de “cuando gane Claudia”, “cuando Xóchitl sea presidenta”. El peonismo más puro en este ajedrez político. Y, sin embargo, por alguno de ellos hay que votar, o dejaremos al país en manos del voto duro fanatizado. De eso hablaremos más adelante.

Lo más leído

skeleton





skeleton