La familia, parte del Pueblo de Dios

Honrar a Dios y honrar a los propios padres, respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios, y atraer sobre nosotros bendiciones.

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El prototipo y modelo ejemplar será siempre la Familia de Nazareth: Jesús, María y José; con todas las pruebas y vicisitudes que tuvieron que afrontar pero en la comunión del amor. (SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- Ecl. (Siracide) 3, 2-6. 12-14; Sal. 127; Col 3. 12-21;  S. Mt. 2, 13-15. 19-23.

I.Es un fragmento sapiencial, que presenta una escena de fe y humanidad, en el marco de las relaciones de familia, conforme a la voluntad de Dios.

Es una hermosa invitación para que los hijos adultos amen a sus padres ancianos e incluso enfermos con una actitud verdaderamente filial.

Es una actualización del cuarto mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. (Ex 20.12). Establece así una estrecha relación entre honrar a Dios y honrar a los propios padres, respetarlos y cuidarlos es obedecer a Dios, y atraer sobre nosotros bendiciones. Esta unidad socio-biológica era en la antigüedad muy sólida, la familia bíblica era muy cohesionada; dos conceptos tenían un enorme peso, la descendencia y la herencia.

La primera porque era como una victoria del ser humano papa – mamá, sobre la muerte. Estaba también la sucesión hereditaria y así vemos por ello el drama de Esaul y Jacob derivado de un acto formal de bendición, que incide en la herencia (Gn 27).

Esta unidad llegaba a una configuración de un cuerpo moral tan profundo, por lo que el pecado de un miembro afectaba a todos. (cfr. Ex 20, 5-6).

Cada miembro de la familia debía sentir el deber de velar y sostener en la medida de lo posible, a otro miembro en dificultad. Había que rescatarlos, al hijo, al hermano, caído en esclavitud o arrastrado por sus deudas. Dios es presentado como el que libera de la esclavitud  de Egipto o del exilio de Babilonia.

II. El apóstol enumera los vicios del “hombre viejo”, y presenta las virtudes que deben de adornar la vida de los creyentes “elegidos para que pertenezcan al pueblo santo, revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, comprensión y perdón” (Col 3,12).

El principal vínculo de unidad y cohesión es el amor, de la comunidad a Dios y a los hermanos. Por ello somos invitados a la oración para que podamos llegar  -por la gracia del Espíritu- en la relación con Dios a la contemplación, en la relación con los hermanos al compromiso.

Todo sustentado en los dos cimientos de nuestra fe: La Palabra y la Eucaristía. La Iglesia nuestra Madre y Maestra nos nutre con el pan de la Palabra, con el pan de la Eucaristía. El prototipo y modelo ejemplar será siempre la Familia de Nazareth: Jesús, María y José; con todas las pruebas y vicisitudes que tuvieron que afrontar pero en la comunión del amor entre ellos, y de la fidelidad gozosa –en el sacrificio- a la voluntad de Dios.

III. La Sagrada Familia nos es presentada como modelo. Siempre me ha gustado reflexionar como el Sí de la Virgen María, se ve luego proyectado en el canto del Magnificat oración que cada tarde recita la Iglesia, respuesta al hermoso saludo profético de su prima Isabel declarándola “Bienaventurada” y que suelo decir que se sintetiza en las 3 G: Gozo y Gratitud por la Gratuidad de la elección y de los dones de Dios.

Pero algo que también me gusta reflexionar es la extraordinaria personalidad de San José:

1º Que aceptó la renuncia a la paternidad para poder así compartir la vida con la que tanto amaba y tenía un compromiso y decisión precedente, de virginidad.

2º Que Dios lo elige,-¡lo que es un privilegio inigualable!-pero la encomienda una tarea extraordinaria y lo deja resolverla con los recursos ordinarios.

Así se explica que el niño nazca en un modesto establo, que tenga que huir al exilio de Egipto, que al volver en lugar de regresar a su tierra  –Belén-, por la cruel arquela o deba de irse a Nazareth para que se cumpliera la profecía de “será llamado Nazareno” (v.23).

La huida a Egipto hizo vivir a la Sagrada Familia la experiencia de la migración, del exilio, de ser prófugos; como para compartir ese calvario con los que se dice más de 300 millones de personas, están fuera o lejos del lugar de su nacimiento. Baste pensar que Egipto trae el recuerdo de la esclavitud, que habían sufrido; con otro idioma, otros usos y costumbres, sin referencias parentales –lo bueno es que el oficio de carpintero encuentra trabajo dondequiera-.

La Sagrada Familia precede y se vuelve ejemplo para tantos migrantes, exiliados, perseguidos, humillados, que han tenido que dejar patria, familia, costumbres, lengua y procurar en tierra extranjera vivir su propia lengua, cultura y tradiciones. San José siempre disponible es un ejemplo de confianza en la fe.

Jesús aparece como el nuevo Moisés, y Moisés sabemos que prefigura a Jesús. El vivir en Nazareth es un signo de humildad, recordemos la frase de Natanael:
¿Puede salir algo bueno de Nazareth? (Jn 1,45). De Jesús se dirá –al ingresar triunfante a Jerusalén- “¿Quién es este? Y la gente contestaba: es el profeta Jesús el de Nazareth de Galilea” (Mt 21,10-11).

Lo mismo que en el discurso de san Pedro en casa de Cornelio: “Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazareth y Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo”. (Hech 10.38)

IV. Conclusiones

1. Jesús quiso compartir con nosotros su vida y santificar con ello nuestra vida cotidiana (Youcat 86).

2. Lo que la Iglesia es en lo grande, es la familia en lo pequeño una imagen del amor de Dios en la comunión de las personas. Todo matrimonio se perfecciona en la apertura a otros, a los niños que son don de Dios, en la acogida mutua en la hospitalidad y en la disponibilidad para los otros (Youcat 271).

3. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Dios quiere que del amor de los padres, -en la medida de lo posible procedan los hijos. Los hijos están confiados a la protección y cuidado de sus padres. Tienen la misma dignidad que sus padres (Youcat 368) cfr también del libro “La Infancia de Jesús” del Papa Benedicto XVI Cap. IV p. 117s.s.

4. Los textos que hemos escuchado y meditado en este día nos deben de conducir al grande patrimonio de documentos acerca de la familia, editados por el Magisterio Pontificio.

Hacemos nuestro el deseo del Santo Padre Beato Juan Pablo II: ¡Que la Sagrada Familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansías y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas” (Familiaris Consortio 86).

María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como aquella de Nazaret, está insertada en la historia de un pueblo, que no puede existir sin las generaciones precedentes. Por eso hoy tenemos a los abuelos y a los niños. 
Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente. 

Querida familia, también ustedes son parte del Pueblo de Dios. Caminen con alegría juntos a este Pueblo. ¡Quédense siempre unidos a Jesús y llévenlo a todos con su testimonio! (Encuentro de las Familias, Papa Francisco, 27 Oct. 13)

De la mano de María, de la mano de José, siguiendo –con gran amor- a Jesús Nuestro Señor.
Amén.

Mérida, Yucatán, 29 de diciembre de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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