'No tiene límites el amor de Dios'

XXV Domingo Ordinario. Is 55, 6-9; Sal 144; Fil.1, 20-24. 27; Mt 20,1-16

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Los fariseos se incomodan con la idea de que la salvación es para todos, incluso para los pecadores, por eso murmuran. Para Dios, 'murmurar' significa falta de fe. La imagen es una recreación de los personajes bíblicos. (latrinidad.org)
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I.- Bueno es el Señor con todos (Sal 144)

MÉRIDA, Yuc.- El anuncio principal de este domingo es que la lógica de Dios es diversa a la lógica que tenemos las personas humanas.

Por ello “la búsqueda de Dios”, es saber descubrir “sus caminos”, por medio de los cuales se revela así en la plegaria de Moisés:

“Hazme conocer tus planes, para que yo pueda tener confianza en ti y pueda seguir contando con tu favor. Ten en cuenta que este pueblo, es tu pueblo” (Ex 33.13).

La búsqueda de Dios es una decisión, que comporta una conversión interior, una aceptación de que los caminos de Dios tienen a veces una lógica diferente de la esperada.

Nos cuesta trabajo a veces aceptar esta parábola que en el primer acercamiento nos parece no adecuarse a los criterios de la habitual justicia distributiva. Pues los obreros sienten que algo no funciona en su retribución.

Hay dos momentos: el primero los obreros que son contratados de manera progresiva, y el segundo la indignación murmuradora de los primeros contratos cuando reciben la paga.

De hecho los fariseos, justos, “primeros”, se escandalizan de que Jesús ofrezca la salvación a todos, incluso a los pecadores que serían “los últimos”.

La parábola lleva un mensaje contra estos “murmuradores” recordando que en la Sagrada Escritura el verbo “murmurar” significa la falta de fe.

Escandaliza a los primeros la apertura del Reino de Dios a los pecadores, a los últimos, a los humildes, y aquí estamos ante algo muy profundo y fundamental. El anuncio del Reino, y la esperanza de la salvación, Jesús la trae a todos: todas las gentes, de todos los pueblos, de todos los tiempos.

De la antigua alianza basada sobre el Derecho y la Justicia; a la nueva Alianza basada sobre la gracia y el perdón.

La invitación de Jesús no es un salario para las obras de la Ley; la salvación no es una recompensa por contrato, sino una iniciativa de Dios, que en el amor que engendra la comunión, se nos invita a participar con gozo y sin límites.

El cristiano debe por ello buscar de imitar el estilo del dueño de la viña, es decir Jesús que no se finca en el mérito de la estricta justicia, sino que se deja conquistar en el amor gratuito, generoso, que sabe dar y compartir incluso con los que no tienen derecho a exigir.

La manifestación de un amor amplio y generoso, en la búsqueda de la imitación del Padre: “Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo, pues Él hace que su sol salga sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿que premio recibirán?” (Mt 5.45).

II.- “Porque para mí la vida es Cristo” 

Este domingo inicia la carta de San Pablo a los Filipenses, la Iglesia a la que se dirige es un próspero centro griego que se sitúa en una fértil llanura, y con la proximidad de minas de oro y plata.

Fue ahí donde resonó por primera vez la palabra de san Pablo para Europa, en ocasión de su segundo viaje misionero (años 49-50).

Pablo recuerda siempre el afecto y entusiasmo con el que fue recibido y escuchado, y mantendrá con ellos vínculos de familiaridad y confianza, y aunque fue escrita esta carta en la cárcel de Efeso en los años 55-56 está llena de gozo, calor humano y  afecto.

Pablo pone la confrontación entre vida-muerte a la luz de Cristo. Toda la vida de Pablo es de fidelidad a Cristo, y por otra parte morir es entrar en la plenitud de la comunión con Cristo.

Esto persuadido por su vida sea de gran utilidad para sus contemporáneos predicando el Evangelio, pero en esa dialéctica constante de su anhelo por la unión total y definitiva cuando lo veremos “cara a cara” después de la muerte.

Al deseo de “llegar a estar con Cristo”, se debe asociar el de ser “ciudadanos del Evangelio” (v.27) aquí en la tierra.

Por ello debemos comprometernos para poner toda nuestra capacidad y colaboración al servicio de la edificación del Reino de Cristo, nos prepara aquí en la tierra para el destino futuro eterno de la unión definitiva con Cristo.

Así lo ve el profeta Isaías –primera lectura- que con un anuncio tomado de la tercera parte del libro profético nos invita a la conversión. Por ello es un canto al misterio del amor de Dios. Debemos buscar al Señor y comprender la distancia y diversidad que se da a veces entre sus “caminos” y “pensamientos”, con respecto a nuestros planes y proyectos.

III.- La gratuidad del don del amor

La enseñanza más grande está en relación al amor generoso, gratuito y universal de Cristo.
Es indudable que esta parábola nos lleva a reconsiderar nuestras opciones y elecciones. Para ver si les damos un lugar preferencial en nuestras vidas a los pequeños, humildes, pobres, despreciados, marginados.

La meta de esta fe es el abandono confiado en Cristo. “Para mí el vivir es Cristo y la muerte una ganancia” como dice Pablo. Debemos de descubrir la grandeza de horizonte que nos da la confianza que en la fidelidad se abandona del todo al amor de Dios, y a sus planes y designios.

Todo es obra de su misericordia y bondad, nadie queda excluido del amor de Dios.
Mientras no se llega a comprender y profundizar la identificación que hay en Dios de amor, vida y gratuidad, nos vendrá la tentación de reivindicar el contrato.

Como decía san Bernardo: “Amo porque amo, amo por amar” “La gratuidad del don del amor, que en Dios no tiene fronteras, es infinito.

Concluyamos recitando la oración Colecta:

Dios nuestro, que en el amor a ti y a nuestro prójimo
has querido resumir toda tu ley,
concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos
para que podamos alcanzar las vida eterna. 
Por nuestro Señor Jesucristo…

¡Señor, enséñanos a amar! Amén

Mérida, Yuc., 21 de septiembre de 2014

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán

Arzobispo de Yucatán

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