A ver qué pasa...

Muchas empresas se derrumbaron después de un brillante comienzo porque faltó reflexión y sobró… “a ver que pasa…”.

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El secreto para mejorar la personalidad y tener éxito radica en tres fórmulas:

1) Saber lo que se quiere

2) Querer lo que es bueno

3) Hacer lo que se proyecta.

Todo es cuestión de saber lo que se quiere. Porque dejar a la aventura, a la suerte o a las circunstancias el éxito de una empresa, por rutinaria que parezca, es temeridad, que no es más que el reino de las fuerzas ciegas y el imperio de lo probable y desconocido. Las cosas no resultan ni bien ni mal por sí solas, ni mucho menos habrá de esperarse el éxito del mito de la buena suerte o resignarse al fracaso con la disculpa: “Ya me tocaba”.

Si no se conoce el fin concreto al que nos dirigimos, si no utilizamos los medios eficaces que habrán de encaminarnos hacia ese fin, nuestra acción, no es más que una acción temeraria, es decir cargada de entusiasmo, pero ciega por irreflexiva. De nada sirve un gran hachazo sobre el árbol si el hacha no tiene filo.

El entusiasmo es bueno, a condición de que se sepa a dónde va. Por eso el viejo refrán dice que nada tan peligroso en la vida como un tonto con empuje. El empuje sin dirección no es más que una fuerza mecánica, un entusiasmo sin brújula, una voluntad sin inteligencia.

En el lado opuesto de la temeridad, que es el exceso de irreflexión, está la indecisión, que es el exceso de reflexión. Personas que van por la vida sin resolverse a nada porque “lo están pensando”, “lo están estudiando”, meticulosos y espantadizos, tan cautelosos para dar un paso que no acaban la jornada de la vida y la tarde los encuentra pensativos, de brazos cruzados. Lo estuvieron pensando. El exceso de reflexión los volvió abúlicos e infecundos para el amor, el trabajo, la fe y la mejora continua.

Reflexionar significa conocer el fin y los medios. Saber a dónde vamos y qué instrumentos nos sirven para llegar a la meta. Reflexionar es valorar las cosas, lo verdadero y lo falso, lo real y lo aparente, lo esencial y lo superfluo.

Aquí solo entra lo que es fácil o lo que es menos fácil. No es cuestión de tragedia, sino de comedia, como un viajero, acomodado en la butaca de su tren, que no sabe a dónde va. “A ver que pasa…”. ¿Qué ha de pasar con lo que uno deja al acaso?, ¿qué éxitos podrán obtenerse cuando ni se fijan los objetivos ni se precisan los medios; cuando todo es confianza ingenua y esperanza infundada?.

Muchas empresas se derrumbaron después de un brillante comienzo porque faltó reflexión y sobró… “a ver que pasa…”.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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