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Me chuté de cabo a rabo el “debate” entre los cinco aspirantes presidenciales y me quedé esperando –como seguramente millones de mexicanos- algo que me emocionara, me hiciera reflexionar o definiera mi inclinación hacia uno u otro de la quinteta de postulantes a esa chamba que no parece la más fácil de México, aunque esté rodeada del glamur que da el poder y los beneficios que de éste se derivan.

Transcurrida la cansina presentación de los aspirantes en esa confrontación –todavía lejana de lo que debería ser un verdadero debate, aunque ya un poco mejor-, me queda la impresión de que hubo una gran pobreza de ideas y arrestos de parte de los cinco, que ninguno planteó nada audaz y que el que menos se expuso fue el peje que no es lagarto, que se limitó a predicar sus acostumbrados sermones sobre su honestidad blindada, su política de amor y paz, de lucha del bien contra el mal…

Cuando se retiraba del proscenio, en el imponente Palacio de Minería, me dio mucha pena verlo bajar los escalones y caminar encorvado y cansinamente a la salida, como si lo que más hubiera querido durante el tiempo del debate fuera salir huyendo de ese escenario que no le era favorable. Triste imagen de quien pretende ser líder de un país que es potencia económica y cultural, quieran o no verlo así los que se niegan a admitir los avances de México, gracias a que ha roto muchos tabúes –como el del nacionalismo petrolero- y hoy es atrayente para los grandes capitales del mundo.

Me gustó más el postdebate en los diferentes foros de televisión, por ejemplo el realizado en el noticiario que encabeza Carlos Loret de Mola, donde hubo una fuerte confrontación de las diversas visiones a cargo de los coordinadores de las campañas presidenciales. Así quisiera ver a los candidatos: sueltos, hablando duro y sin corsés impuestos por el INE y mirándose de frente, no de soslayo como los obligó el formato.

Me causa risa el alud de comentarios sobre quién fue el ganador y los vaticinios de que ahora sí ya están claros los caminos hacia Los Pinos (benditos los disfrutables memes). Creo que en un debate no se va a ganar puntos, sino a confrontar ideas; tampoco a ver quién va mejor vestido y tuvo los ademanes más adecuados, sino quién plantea las ideas más renovadoras.

No hay magia en la política ni va uno al debate para aplastar al contrario, sino a poner sobre la mesa lo que piensa del país y cómo superar sus problemas.

Lo demás es “agua de borrajas”, palabrería insulsa, pérdida de tiempo, show.

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