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Me ha llevado más de lo que quería escribir sobre la visita del papa Juan Pablo II a Yucatán hace 25 años porque en el camino me he encontrado datos de su llegada distintos de los que recuerdo con temas gubernamentales y cumplimientos de responsabilidades, pero me ocupa otra cosa: las historias que escuché en esos días. Sin teléfonos inteligentes, redes sociales electrónicas, inmediatez de las formas y muchas cuestiones que hace cinco lustros eran diferentes.

Para tener una idea, el enorme fraccionamiento Juan Pablo II era un terreno que fue utilizado para albergar a miles de católicos que acudieron a participar en la ceremonia eucarística presidida por el pontífice, y a pesar de que los momentos más importantes fueron transmitidos en vivo por televisión nacional, nada como la historia creada por otro compañero, amigo, vecino, conocido o familiar que estuvo en el lugar de los hechos en cada momento.

Esas eran las redes sociales. Un grupo de personas que se contaba, por teléfono, el chisme del día, porque lo más común era la reunión en grupo para relatar con lujo de detalles el momento justo en el vieron pasar durante cuatro segundos el papamóvil en la esquina de una ciudad blanca o los kilómetros que sin darse cuenta caminaron para ocupar una silla en cualquiera de los sitios a donde se les permitió escuchar misa.

Recuerdo los relatos de quienes estuvieron en el Seminario de Yucatán para cantar las mañanitas, tuvieron que intervenir en la preparación de alimentos, escenario, atuendos o lo que fuera para agradar al visitante o en el aeropuerto para tener una mejor visión de la transmisión de la despedida del Santo Padre. En 25 años el mundo ha cambiado mucho. La velocidad con la que compartíamos nuestros momentos personales a través de los aparatos digitales, la facilidad con la que viajamos a otra ciudad, el crecimiento de nuestras zonas habitacionales, en fin, nada que sea mejor o peor, solo diferente.

Yo aprovecho que es lunes y que todavía es agosto para buscar compañía con quien recordar esas décadas. ¡Que sea feliz!

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