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En este repaso de las tradiciones de muertos en México y en Yucatán –donde, insisto, nada tienen que ver disfraces de calaveras-, toca escala hoy en los cementerios.

Tal como los conocemos ahora, estos espacios (“sitios para dormir”, según su etimología) datan del siglo XVIII y son una idea del emperador francés Napoleón, quien, ante la saturación de los patios de las iglesias, donde esqueletos y cadáveres se acumulaban en antihigiénicos sepulcros y urnas, ordenó la construcción del que es hoy uno de los más famosos panteones del mundo: Pere Lachaise.

En la remota antigüedad, las formas de disponer de los cadáveres humanos eran tan variadas como la incineración para conservar las cenizas en urnas en las casas, los enterramientos en los patios de las viviendas o en monumentos suntuosos (las pirámides de Egipto).

En la Roma precristiana hubo un cementerio que durante siglos estuvo enterrado y que contiene tumbas y pequeños mausoleos que datan de entre los siglos I y IV dC (hasta la conversión al cristianismo del emperador Constantino), pero los muertos eran mayormente incinerados, costumbre que apenas hace poco admitió la Iglesia Católica.

Hasta el siglo XIX en México la forma más común de enterrar a los muertos era en los atrios de las iglesias –sólo se sabe de un cementerio anterior, en la capital del país, el de Santa Paula, que era para gente pobre-.

En 1825 fue abierto el llamado Cementerio Nuevo, que donó la colonia inglesa, y al que le siguieron otros cinco, incluido el Panteón Francés, de 1863, en el Paseo de los Franceses (hoy Av. Cuauhtémoc). En Yucatán, el más antiguo es el Cementerio General, que data de 1821 y ocupa los terrenos de la que fue estancia ganadera Xcojolté, en el antiguo Camino Real.

La antropóloga y periodista Sonia Iglesias (De MX, 31 de octubre de 2016) dice en un estudio sobre las costumbres funerarias del siglo XIX:
A estos panteones acudía la gente del pueblo para arreglar las tumbas de sus familiares muertos, el día primero de cada mes de noviembre.

Las tumbas se engalanaban con candeleros y cirios, jarrones con flores de cempoalxóchitl y coronas de flores artificiales o elaboradas con chaquira, a la manera francesa. Al otro día, 2 de noviembre, se llevaban ramos y coronas de flores frescas y se procedía a limpiar las lápidas.

Hecho lo cual era obligatorio asistir a las tres misas, organizadas especialmente para este día. En seguida, las personas acudían nuevamente al panteón, llevando pulque y comida para saborearlos junto a la tumba ya limpiecita y florida.

En ningún lado se habla de calaveras pintadas.

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