Millonaria ilusión

Si la pasión que une a los mexicanos para celebrar victorias efímeras se utilizara para exigir un mejor país, tendríamos un México mejor.

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No cabe duda que el futbol es el deporte que mayor influencia social tiene en la actualidad, involucrando por igual a jóvenes y adultos, pobres y ricos, hombres y mujeres y convirtiéndose, como espectáculo, en un fenómeno cultural global ahora con el Mundial, organizado por la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) y en el que los medios de comunicación juegan un papel determinante, y no precisamente por su valor deportivo sino por la enorme cantidad de dinero que su difusión representa.

Poco se puede hacer ante la contundente euforia y las expectativas que se desencadenan cada cuatro años, a pesar de que los resultados para México siempre son los mismos: la sola ilusión de poder llegar más lejos en los resultados, pero lo único real y verdadero son las multimillonarias ganancias de las televisoras y socios que organizan esta masiva e ingenua esperanza.

La FIFA, cuando selecciona a un país para organizar su justa tetraañera, lo compromete a gastar inmensas cantidades de dinero público en instalaciones que garanticen el buen funcionamiento del evento, un dinero que podría servir para resolver problemas sociales urgentes y que los ciudadanos tendrán que pagar por mucho tiempo; no hay que olvidar que la tenencia en México surgió para cubrir los gastos de un evento deportivo internacional. La FIFA y sus socios, al término del evento, incrementan aún más sus cuantiosas fortunas y al país anfitrión lo dejan sumido en cuantiosas y prolongadas deudas. 

Cuando el presidente felicitó al “Piojo”, que sólo cobra 2.7 millones de dólares anuales, por la  emoción que produjo a los mexicanos la victoria sobre Croacia, el presidente pudo darnos una emoción aún mayor, si tan sólo hubiera dicho que se acaban los gasolinazos y que Pemex no se privatiza sino que se administraría honestamente, que se eliminan los plurinominales o cuando menos los 100 que ofreció, o que los poderes fácticos se someterán al poder constitucional; con estos y otros anuncios similares, los mexicanos los celebraríamos como históricos, pero, desde luego, será mucho más fácil que el Tri sea campeón del mundo.

Quizá la única contribución cultural que México aportará a este Mundial es que la palabra puto conscientemente no conlleva el sentido discriminatorio ni homofóbico que algunos quisieron atribuirle, aunque subconscientemente siempre persistirá la aceptación de su ofensivo origen. 

Es imposible desajenarse del desarrollo de este evento mundial, pero sí es posible desenajenarse de la patriotera, irrefrenable y contagiosa pasión futbolera, que poco tiene de deportiva y sí mucho de negocio multimillonario para unos cuantos, al que todos de alguna manera contribuimos. Si esta pasión que une tanto a los mexicanos para celebrar victorias efímeras, porque en México hay muy poco que valga la pena celebrar, se utilizara para exigir un mejor México, tendríamos un México mejor.

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