“Gracias a la vida que me ha dado tanto”

Columna de Roberto Díaz y Díaz: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”

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Dice un bello texto de José Luis Borges: “Estoy en la edad en que la vida no es más un proyecto. He vivido más de lo que me falta. Los años han pasado y las huellas dejadas en el espacio físico de mi cuerpo y de mi alma, son tangibles y reales. Hoy tengo que hacer un esfuerzo mayor para lucir mejor. He vivido mucho, he reído mucho y he llorado mucho. Sin embargo, a pesar de esto, considero que el gran cambio que los años aportaron a mi vida se ha producido en mi alma. Los años me enseñaron a priorizar, a conciliar con el amor, a agradecer el regalo de la amistad y a afianzar mi espiritualidad”.

Me llega mucho el párrafo anterior y confieso que hoy, el abrazo de mi pareja, el beso de mis hijos, la sonrisa de mis nietos o una celebración familiar producen más luces en mi vida que la más deslumbrante constelación de estrellas.

Los años que han pasado también me han demostrado que mis amigos han sido seres de luz que han iluminado mi camino en algún momento y en algún lugar, sin importar el tiempo y la distancia.

Y declaro públicamente que mi fe se ha vuelto persistente y tolerante. He asumido la responsabilidad de mi espiritualidad, sin fanatismo ni obsesiones.

Mi fe me ha ayudado a aceptar lo que no puedo entender ni cambiar, y a fortalecer mi tolerancia hacia las creencias de los demás.

He entendido que no soy mejor porque me alaben, ni peor porque me critiquen. Los años han pasado y la realidad de mi vida ha ido cambiando.

Aunque mi cuerpo físico esté envejeciendo, mi alma se está rejuveneciendo y hoy me siento más joven que cuando era joven.

No temo a la vida, y mi época de inseguridades y de correr tras la vida ya pasó. He caminado lo suficiente para entender que no puedo vivir de apariencias, porque si lo hago dejo de vivir lo que es esencial para mi alma.

En estos 50 años en que he ejercido mi profesión de médico sólo pueden brotar de mis labios la palabra ¡gracias! En estos años entendí que el amor verdadero es real, que su presencia en mi vida ha sido producto de todo el amor y las virtudes derivadas por quienes han pasado por mi vida dándome todo lo mejor que podían y lo que tenían.

He tratado de ser “médico de cuerpos y de almas”. Comprendí también, que debo de sentir agradecimiento por haber tenido el privilegio de que mis amigos me eligieran como su acompañante del alma en su ruta por la vida.

Y agradecer a mis pacientes el haber depositado su fe y su salud en mis manos. Qué difícil es el ser humano: no pide nacer, no sabe vivir y no quiere morir. Al morir no te llevas nada material, te llevas “el tiempo”, que es el tesoro más valioso que tenemos porque es limitado.

Podemos producir más dinero, pero no más tiempo. Cuando le dedicamos tiempo a una persona, a un paciente o a un amigo, le estamos entregando una porción de nuestra vida que nunca podremos recuperar, porque nuestro tiempo es nuestra vida.

Nuestro tiempo es el mejor regalo que le puedes dar a alguien. Canta una canción de Joan Báez y Mercedes Sosa: “Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio dos luceros, que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco. Y en el alto cielo su fondo estrellado; y en las multitudes veo al hombre que sufre, al cual lo respeto, y comprendo sus pasos. Gracias a la vida que me ha dado tanto”.

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