El rostro oculto de Salvador Alvarado

La controvertida figura del General se enmarca en acciones que para unos resultan ejemplares pero para otros se extralimitó en su faena.

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El general Salvador Alvarado liberó a los campesinos que eran tratados como esclavos en las haciendas henequeneras. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Hace unas semanas fue declarado en Yucatán el Año del Centenario del Gobierno Revolucionario del General Salvador Alvarado Rubio, decisión gubernamental que entusiasmó a muchos -que incluso clamaron que sea declarado Benemérito del Estado-, pero también a numerosos les cayó como balde de agua fría. 

Sin duda, la controvertida figura del General se enmarca en acciones que para unos resultan ejemplares pero para otros se extralimitó en su faena y, seguramente, así lo pensaron los artífices del Monumento a la Patria ya que esta construcción que exalta el nacionalismo y el amor al Continente Americano, a través de acentuados pasajes de la historia,  retratando en sus sólidas paredes cuerpos y rostros de personajes claves en la política, historia, arte y literatura de México, incluso de América, como podrían serlo Carrillo Puerto, Pino Suárez,  Antonio Mediz Bolio y Olegario Molina. Pero curiosamente, la imagen de Salvador Alvarado no está esculpida en este hemiciclo.

La obra que se le reconoce a Salvador Alvarado podría resumirse en acciones como la creación de cientos de escuelas rurales; la instauración de centenas de leyes y decretos; la conversión de Yucatán al declararse el primer “estado seco” del país; la integración de un importante movimiento obrero; la disgregación del monopolio del mercado henequenero o la liberación de los campesinos esclavizados en las haciendas. A este último respecto, los peones que allá vivían lo hacían en un régimen de esclavitud, nunca recibían dinero y se encontraban medio muertos de hambre. Trabajaban casi hasta morir y eran comúnmente azotados en público.

Un porcentaje de ellos era encerrado en las noches y si se enfermaban tenían que seguir trabajando, y si la enfermedad les impedía trabajar, rara vez los veía el médico. Las mujeres eran obligadas a casarse con hombres de la misma finca, aunque no fueran de su agrado. No había escuelas para los niños y su vida estaba sujeta al capricho del amo que incluso si quería podía matarlos impunemente. Testimonios hablan de hombres a los que se les había colgado de los dedos de las manos o de los pies para azotarlos; de otros a quienes se les encerraba en cuevas oscuras como mazmorras, o se hacía que les cayeran gotas de agua en la palma de la mano hasta que gritaban de dolor. El castigo a las mujeres en casos extremos consistía en violarlas. Heredaban  las deudas que habían contraído sus padres en las tiendas de raya de la hacienda permaneciendo con ello atados al yugo de sus verdugos: los hacendados.

La Casta Divina

A “grosso modo” ese fue el panorama con el que se encontró Alvarado a su arribo y, ello, conjugado con la opulencia –entre otras cosas- en la que vivían las 50 familias de los hacendados más poderosos  de Yucatán lo motivó a llamarlos “La Casta Divina”.

Sin embargo, existe un rostro oculto de Alvarado pocas veces revelado, ya que desde su llegada a Yucatán sepultó a la libre prensa y de allá que poco se divulgue ese lado obscuro, esa fisonomía siniestra que concluía sus acciones de manera tajante, como si el fin justificara los medios.

Antes de llegar al poder en Yucatán, Alvarado se desempeñó como militar y crónicas de la época señalan hechos delictuosos que cometió en complicidad con un militar de apellido Bracamonte. En Veracruz, auxiliado por su subalterno Carlos Planck -quien en ese tiempo era capitán, luego general y posteriormente senador-, asesinó el 15 de enero de 1915 sin juicio y sin justificación alguna a Miguel García Enciso.

Meses más tarde, el General arribó a Yucatán y Halachó fue testigo de su despiadada personalidad, ya que su ejército encontró en el poblado la oposición de un grupo de mozalbetes mal armados y sin formación militar, a quienes combatieron y eliminaron fugazmente, siendo que los sobrevivientes fueron pasados por las armas sin piedad, tal y como lo atestiguó el connotado “fusilado de Halachó”, quien luego de ser abatido en el paredón, recibió finalmente el tiro de gracia, pero para su fortuna el proyectil le atravesó por un costado de la cabeza para luego resurgir por la quijada despedazándosela y dejándolo en estado de inconsciencia y aparente mortandad. Luego de despertar y encontrarse rodeado de los cuerpos inertes de sus compañeros que habían sido impunemente asesinados, logró escabullirse y relatar lo sucedido.

No ajeno a ello, personajes de la talla del Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez narran que durante la no tan efímera estancia de Alvarado en Yucatán, mandó a ejecutar a individuos sin comprobar plenamente el delito cometido. Continuará... Mi correo es [email protected] ; twitter: @sergiogrosjean.

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