¡Señor, sálvame!

XIX Domingo Ordinario 1 Re 19, 9. 11-13; Sal 84; Rm 9,1-5; S Mt 14, 22-33

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Cuando Jesús se sube a nuestra barca -tal como lo hizo en la de los apóstoles- la tempestad se calma, dice la homilía de hoy. (padrenuestro.net)
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MÉRIDA, Yuc.-I. Re 19, 9. 11-13. Hemos escuchado este fragmento del encuentro del profeta con Dios en la cima del monte Horeb.

Este monte Horeb meta del profeta Elías que huye, es el mismo de la historia de la llamada y vocación a Moisés, la zarza ardiendo, y la revelación divina (Ex 3, 1). Moisés había conducido al monte de la alianza a todo el pueblo, que resultó infiel no obstante todos los beneficios recibidos y se postró delante del becerro de oro.

A la amenaza divina de rechazar al pueblo elegido, Moisés recuerda la Alianza con Abraham aplacando la "ira de Dios". En señal del perdón, Dios se manifestó a Moisés en una cueva, resguardado del trueno que procedió la aparición (Ex 33, 18-34).

Queriendo salvaguardar la Alianza y restablecer la pureza de la misma y la integridad de la fe, el profeta Elías se encamina hacia el mismo lugar en donde se había concluido la Alianza (Ex 24).

Así la misión de Elías se conecta con la de Moisés y los dos se vinculan a la Teofanía del Monte Horeb. Ellos se vinculan a la Transfiguración de Jesús. Elías entra en la caverna en la cavidad donde había estado Moisés durante la aparición Divina. (Ex 33,22).

El huracán, el terremoto, los relámpagos son signos de la manifestación de Dios, y en la narración de Elías son precursores del paso y encuentro con Dios. (Así lo vemos en Is 30, 30 y en el Sal 29).

En cambio el signo de la presencia de Dios es el murmullo de un viento tranquilo, símbolo de la intimidad de la conversación divina del Señor con el profeta, que lo anima y fortalece y prepara su espíritu para las terribles palabras que le serán comunicadas. 

La presencia del Señor es salvadora y a la vez comporta siempre una misión de confesar la fe en el único Dios, rechazando la seducción de las diferentes idolatrías.

II.- Rm 9, 1-5

a) San Pablo nos expresa el amor que tiene al pueblo al que pertenece.

Las afirmaciones del Apóstol se apoyan en Cristo y el testimonio que de Él da el Espíritu. Expresa así su dolor por la infidelidad del pueblo de Israel al que pertenece.

La frase que usa es muy fuerte. Recibir un anatema significa en el Antiguo Testamento la destrucción de los enemigos de Dios y de todos sus bienes; por ello para demostrar cuanto ama a su pueblo, que es el pueblo elegido.

b) Los privilegios del pueblo elegido es el de ser israelitas es decir descendientes de Jacob, del que se derivan todos los demás:

  • • La adopción como hijos de Dios, objeto de su amor.
  •  La presencia de Dios en medio de la comunidad o en la tienda  o en el Templo.
  • Las Alianzas con Abraham, Jacob y Moisés.
  • El culto: La liturgia y los ritos del Templo.
  • La legislación que concretaba en la vida cotidiana la Ley del pacto, sobre todo con respecto al culto del verdadero Dios.
  • Las promesas en las que se compendiaban todos los ideales mesiánicos y escatológicos.
  • Los patriarcas, primeros depositarios de tales promesas.

Culminación de ésta serie de dones, es la presencia de Jesucristo.

La construcción misma de la frase es para resaltar la presencia de Jesús como vértice, meta, culminación de la Revelación.

Esta exaltación termina con la doxología dirigida a Cristo que lo proclama Dios bendito.

Caso raro en el Nuevo Testamento pero muy significativo el de esta secuencia, que representa el culmen de la Revelación de Jesús Hijo de Dios, asociado con el Padre y el Espíritu Santo a la misma gloria, a la misma bendición, a la misma dignidad, y a la misma divinidad.

El pensamiento tan profundo del apóstol ha llevado a esta declaración de fe, expresada en una fórmula litúrgica de una doxología, que incluso concluye con el Amén.

III. S. Mt 14, 22-33

El Evangelio de hoy une literariamente el gesto de los panes con una nueva escenografía más intraeclesial, en la imagen de la barca a la que Jesús ordena que suban sus apóstoles.

Son como tres círculos concéntricos: Pedro, los discípulos y la gente.

a) Jesús ora (Mt 14, 22-23):

En varias ocasiones se anota en los Evangelios que Jesús ora. Lo que sucede en la soledad, en la noche. Antes de los alimentos, de las grandes decisiones como el bautismo, la elección de los doce, la enseñanza de la fórmula de oración “Padre Nuestro”, la confesión de Cesárea, la transfiguración, la agonía y el momento que precede a su muerte en la Cruz.

Su oración nos manifiesta su relación con Dios Padre, y nos da ejemplo.

b) La manifestación de Jesús en las aguas (Mt 14, 24-32):

Que tiene el carácter de una clara manifestación divina, con recuerdos del Antiguo Testamento en el paso del mar Rojo por parte de los hebreos y en el consiguiente canto de Moisés (Ex 14, 15-15).

El viento contrario, la barca es agitada por los vientos, y así aparece Jesús que camina sobre las aguas, que se presenta con la majestad del “Soy Yo” y les da valor para no temer.

Ahí es donde vemos la reacción de san Pedro, impulsivo con grande amor a Jesús, con su miedo y su duda.

La Revelación de la escena es muy teológica, puesto que dos veces se dirige san Pedro a Jesús con el título de “Señor” en la primera le muestra obediencia de fe, caminando hacia Él, después le entra la conciencia de la fragilidad y temeroso lanzó el grito que pide ser salvado, Jesús es quien salva del abismo y por ello le reprocha a Pedro su poca fe.

Este encuentro de Jesús que camina sobre las aguas es un preludio y anticipación de las apariciones y encuentros postpascuales.

c) La profesión de fe (Mt 14, 32-33):

El Evangelio de hoy concluye con la profesión de fe en la identidad de Jesús como Hijo de Dios.

Él salva a los apóstoles en su barca ante un mar amenazante, que representa la garantía de presencia, protección y salvación que el Señor tiene hacia su Iglesia.

En un párrafo evangélico de extraordinario valor cristológico y eclesial, en el que se muestra la centralidad de Cristo, las relaciones de sus apóstoles con Él, que deberán ser el paradigma de la Iglesia en el peregrinar de los siglos con su Señor.

Vale la pena meditar esta reflexión de Orígenes (de Alejandría en Egipto):

“Si algún día tenemos que enfrentar inevitables e implacables tentaciones, recordemos que Jesús nos ha invitado a embarcarnos y quiere que nosotros solos lo precedamos para llegar al otro lado del lago, cuando en medio de las tempestades de los sufrimientos, habremos pasado tres cuartas partes de la oscura noche que reina en los momentos de la tentación, luchando de la mejor manera y vigilando para evitar el naufragio de la fe, estamos seguros de que en el último cuarto de hora cuando las tinieblas hayan avanzado y el día esté próximo, cercano a nosotros encontraremos al Hijo de Dios para hacer que el mar se vuelva benigno, caminando Él sobre las olas. También nosotros con Él caminaremos sobre las olas de la tentación, del dolor y del mal...”

Cuando Jesús sube a la barca de nuestra vida, la tempestad se calma.

Hay que tener nuestra mirada fija en el Señor, con espíritu de fe, y no ver lo difícil de las circunstancias o lo enconado de la lucha, o lo persistente de las agresiones y tentaciones.

Hay que buscar a Dios en la sencillez, y en la soledad del silencio interior: “Dios habla claro, pero quedo...”

Hay que orar con el Salmo 84: “La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron”.

La presencia de Cristo en nuestra vida, comunidad y nación, serena, pacífica y salva; porque Él viene a darnos valor, fortaleza y confianza. Amén. 

Mérida, Yuc., 10 de agosto de 2014. 

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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