'Servir a Cristo, en los pobres y necesitados'

El abismo entre Dios y el rico es insalvable como el que se ejemplifica entre Abraham y el rico en la otra vida.

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Un cristiano debe de huir del dinero como de la impureza. (fotos-imagenes.com)
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XXVI Domingo Ordinario
Am 6, 1. 4-7; Sal 145;1Tim 6, 11-16;  Lc 16, 19-31

La Reforma Litúrgica del Concilio Vaticano II, nos ha guiado a una mayor valoración del Antiguo Testamento en la Liturgia de la Iglesia.

Escuchando el Antiguo Testamento conocemos y comprendemos mejor las raíces de nuestra fe; y el Evangelio de hoy nos dice que escuchar a Moisés y los Profetas nos abre la mente y el corazón a comprender la profundidad de significado que tiene y nos conduce a una actitud amorosa y obediente ante la Palabra de Dios, que nos convierte en “pobres del Señor”, y nos dispone a la acogida de ese mensaje en nuestro corazón.

I.- El dinero y la relación entre riqueza y justicia

Amós interviene porque Israel pasa por una etapa de prosperidad ya que Siria se ha debilitado por el expansionismo de Asiria. Como crece la prosperidad, el dinero se vuelve idolatría, es lo “único que cuenta” y se debilita la justicia.

¿No será posible un equilibrio entre dinero y justicia?  El Apóstol Pablo es bastante firme en su criterio de respuesta:

“Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males algunos por codiciarlo se han apartado de la fe, y se han ocasionado a sí mismo muchos males” (1Tm 6,10) y por ello recomienda: “Tu como hombre de Dios, evita todo esto”. (1Tm 6, 11)

Para un cristiano se trata de huir del dinero como de la impureza (1 Cor 5, 18) de la idolatría (10, 14), de las pasiones juveniles (2Tm 2,22) o de las obras de los apetitos desordenados (Gal 5,19); para buscar más bien: “una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre” (1Tm 6,11); y para tener la libertad de seguir a Cristo que nos lleva a la plenitud de santidad. 

El Evangelio aclara que no hay pacto posible entre dinero y fe; en la parábola el rico no tiene nombre, porque cree en el poder de sus recursos, en cambio Lázaro significa: “Dios viene en su ayuda”.

La parábola corrobora la bienaventuranza: “Dichosos los pobres porque de ustedes es el reino de Dios... ¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consuelo!”. (Lc 6,20 y 24).

El abismo entre Dios y el rico es insalvable como el que se ejemplifica entre Abraham y el rico en la otra vida.

Por ello hay que escuchar la Palabra de Dios y obtener la gracia de la conversión, para el recto uso del dinero y de los bienes.

II.- Sentido de la Parábola

El domingo anterior meditamos la parábola del administrador infiel pero sagaz y viene la pregunta: ¿Cómo hacer un uso adecuado del dinero?

  • a)Busquemos una respuesta: Que la riqueza sirva para crear vínculos de amor, socorriendo a los pobres y convirtiéndolos en amigos.
  • b)Esos amigos te recibirán en el cielo, donde se encuentran las auténticas riquezas.
  • c)La fidelidad al dinero se ve incompatible con la fidelidad a Dios. Porque la propia seguridad económica, trae descuido y desprecio a las necesidades de los demás.
  • La riqueza nos aísla de los otros, nos llena de cosas inútiles, nos conduce a una vida vacía, cerrada a los demás. Es el acá que suplanta y sustituye al “más allá”.
  • d)La Ley no salva por sí misma y tampoco el dinero; ambos son medios, auxilios, la fidelidad a Dios y a sus mandamientos es lo fundamental.
  • e)Esto es la conversión del corazón, que comporta decisión, sacrificio, radicalidad, y por ello el camino que conduce a la conversión, viene fuertemente predicado por Juan Bautista en continuidad con el Antiguo Testamento.
  • f)Por ello la Ley no es abolida, sino llevada a plenitud de expresión.

III.- La Conversión a Dios debe darse cuanto antes

La tesis de Jesús es que: Si no escuchan a los elegidos por Dios para su Revelación, no estarán tampoco preparados para recibir en su corazón la palabra de Jesús (Lc 24, 45 y 2 Cor 3,15). Las dos categorías de “el rico” y “Lázaro”, además de ser sociales son también religiosas.

El pobre no es salvado por ser pobre, sino porque escucha el Evangelio que anuncia que éste es proclamado a los pobres (Is 61,1) y que el “resto” del pueblo de Israel se configura con los pobres como: Isabel y Zacarías, María y José, los pastorcitos de Belén, Ana y Simeón, que son aquellos capaces de acoger y comprender el mensaje de salvación que trae consigo Jesús.

El rico en cambio es excluido porque su corazón es insensible (Sal 119,70), incapaz de acoger las enseñanzas de los profetas y por lo tanto del mismo Cristo.

No basta una conversión tardía para salvar en una tablita el balance de toda una vida vivida en la explotación y la injusticia, que trae consigo la preocupación por la acumulación. Aconseja bien San Gregorio Magno: “Ustedes hermanos conociendo la felicidad de Lázaro y la pena del rico, ¡pónganse a trabajar! Busquen a los necesitados de manera que ellos, los pobres, sean sus abogados en el día del juicio”. (Hom 40, 3 ss.)

IV. Conclusiones

1.También hoy como en el domingo anterior continúa la denuncia contra la injusticia de la riqueza. Por ello San Pablo le aconseja a Timoteo: “Procura la justicia y la caridad”.

2.En cambio, la situación en la otra vida es un mensaje de esperanza y valor. De esperanza: porque nos hace comprender que el desequilibrio y la injusticia de este mundo, serán corregidos en definitiva por la justicia de Dios.
De valor: pues aquellos que tienen el valor de buscar eficazmente la justicia, están participando del plan de Dios que quiere la armonía y el bien para todos. Su compromiso no es tan solo una labor filantrópica, sino también un acto religioso.   

3.Hay que valorar nuestro compromiso y actuación a favor de los demás, especialmente de los más necesitados. No se trata de decisiones improvisadas, o a la carrera, ni por “quedar bien”, o por miedo. Sino una decisión que nace de la conciencia y que se expresa en acciones eficaces.

4.Cristo y la Iglesia nos traen el anuncio de la Redención integral del ser humano, en el momento histórico del hoy de Dios, en el crucero del tiempo y la eternidad de lo humano y lo divino.
La fe que se traduce en caridad, en la perspectiva de la esperanza definitiva. 

Llenemos nuestra vida de Dios, que nuestro corazón esté repleto de Cristo y de su amor, de manera que no quede ningún espacio desocupado. Que Él sea nuestra única riqueza, para que ni el pecado ni la tentación tengan cabida y para que al reconocerlo en la pobreza de nuestros hermanos lo podamos abrazar en la gloria del cielo.

“Dilata nuestro corazón” para que aprendamos a conocerte, amarte y servirte en los necesitados, pobres y marginados, y que, como la Virgen María en la Visitación, junto con nuestros servicios llevemos a Cristo en nuestro corazón y lo transmitamos con nuestra palabra.

Amén.

Mérida, Yucatán, 25 de septiembre de 2016. 

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo Emérito de Yucatán

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