¿Por qué reservarnos la emoción de la alegría para “una vez en la vida”? Probablemente las pocas veces que la asignamos, lo hacemos para el momento de cumplir un año más de vida, cuando te gradúas de la escuela, el día de tu boda, el nacimiento de tu bebé, etc.

Como si los momentos felices llevaran una etiqueta con fecha de caducidad, con una duración de máximo 3 días. ¿Por qué no dejar de asignar fechas específicas y/o alargar ese período y aceptar que las cosas van bien o que probablemente vayan mejor de lo actual?

A veces llegamos a ser muy duros con nosotros mismos, se dan cita las comparaciones, la envidia, los celos, la ambición, la soberbia y la frivolidad, produciendo la severa ceguera que evitará permitirte un momento en el que vivas con plenitud.

Es necesario defenderla del agobio, de los canallas, del escándalo, de la rutina, de los miserables, de los quejosos, de la traición, de los miedos, del tiempo, de las lástimas, del estrés.

Esto no se trata de una obligación de ser alegres de por vida (no hay que caer en excesos) sino de permitirse serlo, sin restricciones, condiciones y admisiones. Estamos tan llenos de negatividad que damos muy poca cabida a lo bueno.

Mario Benedetti nos dejó una tarea que plasmó en su poema: “Defensa de la alegría”, la cual comprendo que tiene muchos enemigos, en ocasiones invisibles, difíciles de identificar pero que se pueden acabar. No se necesita de una varita mágica, sólo de nuestra voluntad.

Se requiere de una fuerza que nace del centro del pecho, como un motor que nos invita a despertar la curiosidad y la inquietud de explorar por permitirnos sentirla.

¡Cuidado con caer en falsas alegrías! No es un estilo de vida, tampoco una obligación. Surge de forma natural y espontánea, se trata de estar en paz con uno mismo para estar en armonía con lo que nos rodea, de ser congruentes.

¡Vive para alegrarte!